Foto editada: http://lajirafazapotlan.blogspot.mx/
R.S. Intento ordenar las ideas. Primero, mi juventud no fue o no ha sido —si es que aún algo me queda de ella— sinónimo de futuro. En realidad no tuve tiempo de hacer planes ocupado como estaba en encontrar sentido a cada momento, aun cuando no lo tuviera. Los jóvenes cargamos con pesimismos y optimismos igual de ingenuos.
R.S. Efectivamente, los fantasmas se dieron y en cierta medida permanecen. Tal vez el primer fantasma fue el deseo de reconocimiento, lo cual se convierte en un problema cuando se tiene dificultades para socializar, y el camino que abrió la circunstancia fue la bizarría oscilando en los más diversos ámbitos de la vida, hasta que llegó accidentalmente la literatura, que en un país sin lectores representó "lo raro”.
R.S. Ahora lo pienso y tal vez sólo sea una ficción, pero creo que la pasión de mi infancia fue la contemplación; después la adolescencia trajo los fantasmas de los que ya he hablado, pero llegó un momento en que, desertificado por la razón, me vi en la necesidad de inventarme motivos de vivir para luchar contra el hueco que deja la objetividad como visión del mundo. El hueco y los motivos se tornaron en pasiones, el primero en la idea de suicidio, los siguientes como búsqueda lúdica de expresión, desde luego en la literatura, que tiene la ventaja de ser una actividad solitaria.
R.S. El tema de los viajes es como casi todas las cosas positivas que me han sucedido: llegó de manera fortuita, es un accidente, un hallazgo; nunca me propuse que fuera uno de los signos que representaran mi obra, de hecho mis proyectos literarios iniciales nada tienen que ver con los viajes. Simplemente un día apareció, lo abordé y resultó un medio sumamente efectivo para materializar los conceptos que en otras temáticas parecían falsos, inmaduros.
R.S. Efectivamente, es fácil ver estas huellas y otras, y es que mis libros nacieron al amparo de una propuesta estética que entre otras cosas privilegia la idea de la literatura como palimpsesto, como un texto que nace de otros, y en un sentido amplio creo que así nace toda literatura. De este modo es posible encontrar referencias, citas, reelaboraciones, parodias no sólo de autores y obras, sino de géneros o retóricas particulares.
R.S. Si tomo literalmente tu pregunta, la respuesta es La Biblia; mas si te refieres a los autores que más frecuento, a los formadores de muchos de mis conceptos y prejuicios literarios, se hace necesario mencionar al inevitable y ya mencionado Borges, en un lugar especial, después voy a citar los nombres de Juan Rulfo, Fernando Pessoa, Fernando del Paso, James Joyce, Vladimir Nabokov, Italo Calvino, Julio Cortázar y el primer Carlos Fuentes, que también decoran mi costumbre de lector obsesivo.
R.S. En lo referente a la elaboración de la prosa, considero que uno de los elementos indispensables para alguien que se precie de ser escritor es saber escribir en el sentido llano de la palabra, así pues, me obsesiono en dar con la palabra exacta, tanto en el sentido semántico como en el eufónico. Además soy un convencido de que la poesía no se limita al poema.
R.S. La reflexión es uno de los fundamentos de mi obra, al menos a eso aspiro. Sé que podría parecer pedante, pues nuestras literaturas hispanas no se caracterizan precisamente por la presencia del discurso filosófico, reflexivo o especulativo. Sé que no es parte de la naturaleza de la literatura, pero algunas de las más importantes lo explotan de manera magistral, como es el caso de la literatura en lengua alemana. Sin embargo hay que precisar que la búsqueda de esas expresiones que tú llamas felices, no buscan en lo más mínimo establecer una verdad absoluta, mucho menos proselitista: desconfío de los ostentadores de la última verdad, especialmente en literatura.
R.S. Considero que en este país (México) y en cualquier otro se escribe literatura —y estoy refiriéndome al arte de la literatura— porque se cree en ella, especialmente en su proceso de creación: la escritura. Para mí la creación es la parte más importante de la vida literaria; es casi la totalidad de la razón de su existencia, todo lo que viene después, es si no secundario o accesorio, sí una especie de valor extra. La publicación, la venta, la premiación no hacen al texto más ni menos de lo que ya es. Estoy de acuerdo en la necesidad de cerrar el ciclo de la obra con la participación del lector, de hecho uno siempre lo prefigura o imagina, pero darle más o la misma importancia al reconocimiento o al mercado, me parece más del ámbito social que del artístico.
R.S. La función del joven escritor actual tiene la misma función que el escritor en general de todos los tiempos, es la de la elaboración de una obra artística a la vez personal y universal, que al mismo tiempo sea una profunda exploración de sí mismo y de la Condición Humana; lo que quiere decir que su obra no se termina en él mismo, ni en su país ni su época.
R.S. Me es difícil hablar de la reciente producción en México pues no me considero un conocedor de lo que se hace, o por lo menos, de los más importantes que se hace en nuestro país; esto en parte porque las editoriales grandes se dedican a vender libros no literatura, y las pequeñas se casan con posturas sectarias. Desde luego, el anterior no es juicio universal, pero define una tendencia.
R.S. Claro que rinden frutos. Desde los funcionarios responsables de los programas —que hay que dejarlo claro que ellos son empleados que tienen que trabajar y no tienen por qué estar comprometidos con las artes—, los políticos que se atavían con los números del noble mecenazgo institucional, hasta los vividores de la literatura. Todos esos son frutos objetivos y ya de entrada justifican la existencia de tales apoyos.
R.S. Es innegable que el medio no es favorable, desde el ámbito familiar hasta el institucional y el referente al mercado del libro: nuestros parientes casi nunca son lectores; en la escuela, el libro está lejos de ser un objeto de placer, los profesores lo ven como una tediosa herramienta de trabajo; las autoridades no acaban de entender para qué sirve la cultura y la enfrentan como un mal necesario; los libreros de la ciudad se resisten a asimilar que hay una producción local de obras más allá del libro de texto y no se cansan de poner trabas, y lo más importante, un porcentaje altísimo de los escritores no tienen una idea clara de las implicaciones del oficio de escritor ni del concepto de literatura, se tiende a creer que quien escribe un poema es poeta y quien escribe un cuento es escritor.
R.S. No sé cuál será mi próximo libro, ni siquiera si habrá otro, aunque espero que sí. No obstante siempre estoy escribiendo, fabulando, imaginando libros. Estoy lleno de proyectos en espera de materializarse. Me interesa especialmente un libro de ensayos, otro de relatos y fantaseo con la posibilidad de una novela.
Hace unos años, recién inauguraba una página web que ya he perdido, comencé a publicar entrevistas a escritores jaliscienses de mi generación, pero sólo tuve oportunidad de llevar a cabo dos, ambas muy interesantes. Una de ellas fue al escritor Ricardo Sigala, autor de Periplos y Paraiplos, entre otros libros y artículos de su pluma. Vale la pena recuperarla y publicarla una vez más. Es un autor recomendable para buscar sus libros y leer.
Ricardo
Sigala, aunque reacio a colocarse cualquier adjetivación
generacional, tiene un sitio en el difuso grupo de la «ruptura» (ver Biografía
en Sergio-Jesús Rodríguez). Nació en Guadalajara, Jalisco, en 1969. Es
licenciado, con grado de maestría, de la carrera de letras en la
Universidad de Guadalajara. Fue becario del FECA Jalisco, en el
periodo de 1997-1998. Ha publicado en diversos medios periodísticos
y revistas del estado de Jalisco y el interior de la república. Es
autor de los libros Periplos,
notas para un cuaderno de viajes
(Guadalajara, Edicones del Plenilunio, 1995) y Paraíplos
(Guadalajara, ediciones Arlequín, 2001). Coordina talleres de
creación literaria en la Casa de la cultura de Ciudad Guzmán y el
TEC de Monterry campus
Guadalajara, asimismo ejerce la docencia. Con todo, suele hacer suyas
las palabras de Pessoa: "los poetas no tienen biografía".
1. La juventud es una metáfora
del futuro, lo mismo que la literatura es un juego de seducción,
pero también de exploraciones, ¿qué territorios de seducciones y
exploraciones marcaron tu infancia?
R.S. Intento ordenar las ideas. Primero, mi juventud no fue o no ha sido —si es que aún algo me queda de ella— sinónimo de futuro. En realidad no tuve tiempo de hacer planes ocupado como estaba en encontrar sentido a cada momento, aun cuando no lo tuviera. Los jóvenes cargamos con pesimismos y optimismos igual de ingenuos.
En lo referente a la literatura
como un “juego de seducciones, pero también de exploraciones”,
entiendo que toda seducción es lúdica y afanosa en la novedad o lo
desconocido. La literatura como todo arte tiene como condición,
entre otras cualidades, lo que tú mencionas.
En cuanto a la pregunta propiamente
dicha, yo reservé —desde luego no voluntariamente, la vida es algo
que me ha venido sucediendo— la seducción y la exploración para
la adolescencia, que es cuando uno comienza a tener conciencia de que
se ha comenzado a nacer. En cambio, en la infancia me marcó de
manera profunda —y esto desde luego lo comprendí más tarde, como
una especie de paraíso perdido— el hecho de que no era necesario
saber, ni pensar, ni había muerto nadie ni el tiempo tenía peso:
una prolongación de la vida uterina, la última utópica sabiduría.
Después uno se enferma de razón, busca sentidos, cree encontrarlos
y el arte (o la religión o el trabajo o el dinero, el sexo…) nos
ayuda a llenar ese vacío.
2. Obsesiones y afirmaciones,
obsesiones y negaciones, ¿qué fantasmas benévolos y malignos
habitaron tu adolescencia?
R.S. Efectivamente, los fantasmas se dieron y en cierta medida permanecen. Tal vez el primer fantasma fue el deseo de reconocimiento, lo cual se convierte en un problema cuando se tiene dificultades para socializar, y el camino que abrió la circunstancia fue la bizarría oscilando en los más diversos ámbitos de la vida, hasta que llegó accidentalmente la literatura, que en un país sin lectores representó "lo raro”.
Suelo pensar que en un lugar con
altos índices de lectura, habría terminado como delincuente
juvenil, violador o asesino en serie (perdón por el protagonismo y
el afán de literaturizarlo todo). Pero estoy ya hablando del otro
fantasma: el de la reacción ante todo lo que fuera autoridad o
régimen establecido.
Normal en la adolescencia, se
pensará, pero en mi caso no ha sido superado, sólo ha evolucionado:
pasé de la rebeldía de la imagen a la negación de las
instituciones, de la revolución social a la anarquía, y concluí
que las rebeliones más evidentes, más ruidosas son también las más
frágiles y efímeras; que las estructuras son más sustanciales que
los discursos, y entonces opté por otra subversión que subyace
discretamente en mi literatura, aunque esto no es necesariamente un
valor de la misma, sino sólo una característica.
2. Aparte de la literatura, ¿qué
otras pasiones impulsan tu vida, tu obra, tu curiosidad?
R.S. Ahora lo pienso y tal vez sólo sea una ficción, pero creo que la pasión de mi infancia fue la contemplación; después la adolescencia trajo los fantasmas de los que ya he hablado, pero llegó un momento en que, desertificado por la razón, me vi en la necesidad de inventarme motivos de vivir para luchar contra el hueco que deja la objetividad como visión del mundo. El hueco y los motivos se tornaron en pasiones, el primero en la idea de suicidio, los siguientes como búsqueda lúdica de expresión, desde luego en la literatura, que tiene la ventaja de ser una actividad solitaria.
Habría que hablar de la música,
primero como ambiente, como fondo de la película de la vida, después
como ejecutante, y más tarde como disciplina. El estudio de la
música me enseñó la disciplina de trabajo que difícilmente
hubiera encontrado en mi actitud por demás hedonista ante la
literatura; también me proporcionó el concepto de obra, la
participación de todos los elementos en un sistema bien establecido
aunque no necesariamente evidente. Gracias a la música he fomentado
un interés considerable por las formas, el ritmo de la frase, la
armonía entre los elementos, el tono del discurso, las modulaciones
y las variaciones sobre un mismo tema.
3.
Tus libros aluden a los viajes, Paraíplos
y
Periplos,
¿qué aventuras, qué utopías y qué lecturas nutren en tu obra
estas temáticas?
R.S. El tema de los viajes es como casi todas las cosas positivas que me han sucedido: llegó de manera fortuita, es un accidente, un hallazgo; nunca me propuse que fuera uno de los signos que representaran mi obra, de hecho mis proyectos literarios iniciales nada tienen que ver con los viajes. Simplemente un día apareció, lo abordé y resultó un medio sumamente efectivo para materializar los conceptos que en otras temáticas parecían falsos, inmaduros.
Considero importante mencionar que «las aventuras» que podrían subyacer bajo el tema del viaje, no
tienen que ver con la experiencia física. Es verdad que he
practicado el viaje —entendido como tal, no como turismo—, pero,
citando las palabras de Miller, «mis mejores viajes los he hecho
desde mi escritorio», y no quiere decir que yo haya sido un gran
lector de libros de viajes, incluso reconozco que no han sido parte
importante de mis preferencias. El viaje pues, se materializa como un
símbolo en que caben las utopías, es decir, las formas, las ideas,
los efectos que imaginaba y se me resistían.
5. Hay en tu escritura huellas de
la sabiduría de Borges, aunque también se traslucen Dante
Alhigieri, Marco Polo, Milton...
R.S. Efectivamente, es fácil ver estas huellas y otras, y es que mis libros nacieron al amparo de una propuesta estética que entre otras cosas privilegia la idea de la literatura como palimpsesto, como un texto que nace de otros, y en un sentido amplio creo que así nace toda literatura. De este modo es posible encontrar referencias, citas, reelaboraciones, parodias no sólo de autores y obras, sino de géneros o retóricas particulares.
En el caso de los autores que
nombras, son escritores que el tema convocaba de manera casi
automática y tenían que estar por la naturaleza del procedimiento
de creación.
En
lo referente a «la sabiduría de Borges», no estoy muy seguro. Es
cierto que mi obra abunda en referencias a la obra del argentino,
pero hoy estoy convencido de que no basta citar ciertos tópicos o
giros del lenguaje borgiano para aspirar a su sabiduría. El mérito
de Borges está más allá del facilismo en que muchos solemos caer;
habría que atender a la estructuración de sus textos, a su diálogo
con la tradición, a la creación de una dicción personal, a su
humorismo discreto y
lacerante.
En pocas palabras, a la realización de una obra, y no sólo de sus
clichés. Terminaría diciendo que es en este sentido que sí aspiro
a la sabiduría de Borges, como a la de Dante, Kafka, Joyce, Rulfo.
6. ¿Qué autores vigilan tu
cabecera?
R.S. Si tomo literalmente tu pregunta, la respuesta es La Biblia; mas si te refieres a los autores que más frecuento, a los formadores de muchos de mis conceptos y prejuicios literarios, se hace necesario mencionar al inevitable y ya mencionado Borges, en un lugar especial, después voy a citar los nombres de Juan Rulfo, Fernando Pessoa, Fernando del Paso, James Joyce, Vladimir Nabokov, Italo Calvino, Julio Cortázar y el primer Carlos Fuentes, que también decoran mi costumbre de lector obsesivo.
7. Es muy peculiar tu prosa,
aparte de ser pulcra y eficaz, pues colinda entre la poesía, el
ensayo y el cuento, ¿por qué elegir texturas y métodos anfibios,
en lugar de inclinarte por un género específico?
R.S. En lo referente a la elaboración de la prosa, considero que uno de los elementos indispensables para alguien que se precie de ser escritor es saber escribir en el sentido llano de la palabra, así pues, me obsesiono en dar con la palabra exacta, tanto en el sentido semántico como en el eufónico. Además soy un convencido de que la poesía no se limita al poema.
En lo tocante a los géneros, es
obvio que siempre he gustado de los autores que se escapan a las
clasificaciones o simplificaciones de los especialistas, de hecho es
común que las grandes obras de la literatura se resistan a entrar en
algún esquema preestablecido. Por otra parte, ya hablé antes sobre
aquellos fantasmas persistentes oponiéndose a lo establecido.
Es cierto, me propuse, y me llevó
mucho tiempo, crear un pseudogénero en el que convivieran los
géneros dominantes. Yo había pasado por la ingenuidad de enfrentar
las vanguardias como ruptura total hacia una tradición que
desconocía, por lo tanto con los “periplos” intenté poner en
conflicto a la tradición, pero no negándola, sino recreándola
desde ella misma. Como puedes ver, la forma en sí misma es ya un
acto de rebelión aunque el discurso y la temática parezcan
inofensivos.
8.
En tus Periplos
enuncias reflexiones que se me antojan felices por su madurez y
belleza y que podrían sintetizarse en la siguiente afirmación: «los
viajes desvelan otros misterios luminosos»: ¿Todos los días el
viajero puede encontrar dichos misterios? ¿Cuál es la naturaleza de
esos misterios?
R.S. La reflexión es uno de los fundamentos de mi obra, al menos a eso aspiro. Sé que podría parecer pedante, pues nuestras literaturas hispanas no se caracterizan precisamente por la presencia del discurso filosófico, reflexivo o especulativo. Sé que no es parte de la naturaleza de la literatura, pero algunas de las más importantes lo explotan de manera magistral, como es el caso de la literatura en lengua alemana. Sin embargo hay que precisar que la búsqueda de esas expresiones que tú llamas felices, no buscan en lo más mínimo establecer una verdad absoluta, mucho menos proselitista: desconfío de los ostentadores de la última verdad, especialmente en literatura.
En mi caso el pensamiento, el
discurso erudito, la reflexión tienen como finalidad un efecto
poético, así pues no me considero ni busco ser un pensador, me
limito a intentar poner en práctica el aserto de Pessoa que supone
que «el poeta es un fingidor, finge tan completamente que llega
fingir que es dolor el dolor que en verdad siente».
Es tarea del creador dominar la
técnica al grado de que pueda pasar inadvertida. Los misterios a los
que te refieres suelen ser artificios que simulan ser milagros. Los
verdaderos misterios suceden de manera excepcional y casi nunca logro
rescatarlos.
8. Si escribes, aparte de ser un
estudioso de la literatura, es porque crees en la escritura: ¿tiene
sentido escribir en un país que casi no se lee, y leer en un país
que presta poca atención a los libros?
R.S. Considero que en este país (México) y en cualquier otro se escribe literatura —y estoy refiriéndome al arte de la literatura— porque se cree en ella, especialmente en su proceso de creación: la escritura. Para mí la creación es la parte más importante de la vida literaria; es casi la totalidad de la razón de su existencia, todo lo que viene después, es si no secundario o accesorio, sí una especie de valor extra. La publicación, la venta, la premiación no hacen al texto más ni menos de lo que ya es. Estoy de acuerdo en la necesidad de cerrar el ciclo de la obra con la participación del lector, de hecho uno siempre lo prefigura o imagina, pero darle más o la misma importancia al reconocimiento o al mercado, me parece más del ámbito social que del artístico.
Y lo anterior no quiere decir que
no concilie la calidad con el mercado, grandes obras venden inmensas
cantidades de volúmenes, como mucha literatura ligera no tiene la
capacidad de agotar una edición.
9. ¿Desde tu enfoque, cuál es
la función del joven escritor y su obra en los tiempos que marcan
nuestra historia moderna?
R.S. La función del joven escritor actual tiene la misma función que el escritor en general de todos los tiempos, es la de la elaboración de una obra artística a la vez personal y universal, que al mismo tiempo sea una profunda exploración de sí mismo y de la Condición Humana; lo que quiere decir que su obra no se termina en él mismo, ni en su país ni su época.
No creo en el artista como un
mesías o un salvador de la humanidad, tampoco creo que el artista
debe someterse a una ideología, aunque sí lo contrario: las
ideologías son parte de la materia de su trabajo, como lo son otros
recursos más. De lo que sí tengo certeza es que las grandes obras,
no suelen ser promotoras de los valores establecidos de su época, lo
que me lleva a concluir que el escritor establece una considerable
distancia con el poder.
11. ¿Cómo consideras la
producción literaria en el México de hoy?
R.S. Me es difícil hablar de la reciente producción en México pues no me considero un conocedor de lo que se hace, o por lo menos, de los más importantes que se hace en nuestro país; esto en parte porque las editoriales grandes se dedican a vender libros no literatura, y las pequeñas se casan con posturas sectarias. Desde luego, el anterior no es juicio universal, pero define una tendencia.
Yo imagino que el estado de la
literatura será sano como en los últimos setenta años, lo que no
quiere decir que hay un auge de buenos escritores, más bien pensaría
lo contrario, pues las novedades y los premios cada vez se
caracterizan por presentar literatura en ciernes, incipiente y en
algunas ocasiones casos perdidos.
Sin embargo, repito, no hago sino
especulaciones desde mi poca autoridad.
12. ¿Crees que rinden frutos
provechosos para el país los apoyos públicos destinados a la
literatura mexicana?
R.S. Claro que rinden frutos. Desde los funcionarios responsables de los programas —que hay que dejarlo claro que ellos son empleados que tienen que trabajar y no tienen por qué estar comprometidos con las artes—, los políticos que se atavían con los números del noble mecenazgo institucional, hasta los vividores de la literatura. Todos esos son frutos objetivos y ya de entrada justifican la existencia de tales apoyos.
Pero si la pregunta está orientada
a los frutos literarios, no creo que los haya. Pienso que es
necesario acabar con el prejuicio de que las becas sirven para
escribir. La escritura es una responsabilidad personal y se escribe o
no si le es inevitable. Es cierto que se puede escribir para cumplir
con la institución, pero casi siempre esa obra se convertirá en un
trámite institucional; también reconozco a los que obtienen una
beca aun cuando no la necesitan para escribir, su obra ya está hecha
o de todos modos se hará: posición respetable y quién sabe si más
honesta.
13. Según tu experiencia ¿qué
dificultades más comunes se oponen en la proyección de las nuevas
plumas mexicanas?
R.S. Es innegable que el medio no es favorable, desde el ámbito familiar hasta el institucional y el referente al mercado del libro: nuestros parientes casi nunca son lectores; en la escuela, el libro está lejos de ser un objeto de placer, los profesores lo ven como una tediosa herramienta de trabajo; las autoridades no acaban de entender para qué sirve la cultura y la enfrentan como un mal necesario; los libreros de la ciudad se resisten a asimilar que hay una producción local de obras más allá del libro de texto y no se cansan de poner trabas, y lo más importante, un porcentaje altísimo de los escritores no tienen una idea clara de las implicaciones del oficio de escritor ni del concepto de literatura, se tiende a creer que quien escribe un poema es poeta y quien escribe un cuento es escritor.
14.
¿Qué podemos esperar de los escritores de la «ruptura» en
Guadalajara, es decir, aquellos que hoy deben tener entre los 28 y 35
años? ¿Tienen afinidades con los de otras entidades del país, con
la generacíón del «crack»
en el D.F?
R.S.
Debemos esperar que su obra los sostenga como escritores,
independientemente de que sean una generación o les sea acuñado un
adjetivo u otro. La afinidad que puede guardar con la llamada
generación del «crack» es que creo que
ambas son artificiales, ambas palabras («crack», «ruptura») sólo
nominan arbitrariamente, no definen, no hablan objetivamente de los
autores y las tendencias de sus obras; funcionan como estrategia de
divulgación, no literaria.
15. ¿Qué escribes actualmente,
cuál será tu próximo libro?
R.S. No sé cuál será mi próximo libro, ni siquiera si habrá otro, aunque espero que sí. No obstante siempre estoy escribiendo, fabulando, imaginando libros. Estoy lleno de proyectos en espera de materializarse. Me interesa especialmente un libro de ensayos, otro de relatos y fantaseo con la posibilidad de una novela.
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