martes, 19 de octubre de 2010

¿Justicia social en Jalisco?



Hospital Civil «Fray Antonio Alcalde», para todos los dolientes de nuestro país, incluidos intelectuales
El pasado 01 de julio de este 2010, fui sometido a una operación quirúrgica en el popularmente denominado Viejo Hospital Civil, cuya delicadez consistía en el resultado de indagar en un hueso de mi mano, justo en el quinto metacarpiano. A Dios gracias (soy creyente y no he de ocultarlo), corrí con enorme suerte: ni siquiera tuve dolor pos-operatorio, y en buena parte hago aquí pública mi gratitud al profesionalismo y dedicación de los especialistas en ortopedia de este nosocomio universitario, a saber: los doctores Juan Toscano Arce, Mónica Araceli Cabrera Montes, Cristina Carbajal B., otra doctora cuyo nombre se me escapa ahora y quedo en deuda para hacer aquí el apunte indispensable, además de muchos otros que de una manera u otra participaron en mi atención, como es el caso del doctor Gustavo Tafoya, así como el equipo de anestesiología, enfermeras y enfermeros, trabajadoras sociales, autoridades, la sutil intercesión del doctor y diputado Raúl Vargas, es decir, una compleja red de personas cuyo profesionalismo hacen posible que los «dolientes» de Jalisco y el país entero encontremos en el Hospital Civil «Fray Antonio Alcalde» calidad, oportunidad y humanitarismo para nuestros problemas de sanidad.
Un apunte adicional: fui en calidad de paciente convencional, hice mis pagos requeridos, acudí a mis citas como cualquier otro y no se me hizo distinción alguna, las autoridades que supieron de mi persona en el hospital es porque debió correrse la voz, no porque yo buscase una atención privilegiada; fui pues, como cualquier jalisciense sin protección en derechos de salud, ya que ni siquiera pude contender en competencia justa para aspirar a los apoyos económicos que como escritor tengo derecho en el Programa de estímulo a la creación y al desarrollo artístico del Estado de Jalisco 2009-2010, que habrían sido un modo de subsanar el asunto crematístico (no pido aquí que me «den», simplemente competencia justa: la opacidad en el manejo y asignación de recursos impera con cruda fiereza en la Secretaría de Cultura), y es que en mi labor de promotor de la lectura de ya diez años no cuento con otra opción que el Hospital Civil para una cirugía.
Esta institución, como sabemos, tiene una historia centenaria. Nació como Hospital de San Miguel, entonces el segundo hospital creado en Guadalajara —el otro era el de la Santa Veracruz—, gracias a bienes decimales, en la década de los ochenta, durante el siglo XVI. Su patronímico deriva de que estaba situado al lado de la catedral vieja de san Miguel Arcángel, al costado del dormitorio de la enfermería conventual; luego ocupó el zaguán y dos piezas del Liceo de Niñas. Cuando se dio el proceso de nacionalización de bienes eclesiásticos, pasó al resguardo del Gobierno Civil. Posteriormente, las monjas de Santa María de Gracia, cuyo convento se situaba donde se emplaza en nuestros días el mercado Corona, cambiaron su terreno por el del hospital, y ésta habría de ser su sede por casi un par de siglos.
En el siglo XVII era administrado por las autoridades laica y religiosa en las personas del cabildo de la ciudad y el obispo; percibía el noveno y medio de los diezmos de la comunidad, con un ingreso de más de tres mil pesos; su equipo de profesionales eran médico, botica, barbero y capellán, veinte camas, con ropa y esclavos africanos encargados en curaciones y servicio de todo tipo de enfermos. Los diezmos de aquel entonces eran generosos, eso permitía sostener la plantilla médica, incluso para socorrer a las monjas de Santa María de Gracia, a jesuitas y obras pías.
Como el Hospital Civil de nuestros días, aquel sufrió embates e incomprensión política. En 1620, el obispado de la Nueva Vizcaya, en Durango, erigió un nuevo hospital y el nuestro cayó en desgracia, pues los diezmos y la ayuda disminuyeron, así que a mediados del siglo XVII ya el obispo Colmenero proponía al rey fundir los hospitales de San Miguel y de la Santa Veracruz, pero no fue escuchado. Fue tal el descuido, que incluso su inmueble llegó a la ruina, hasta que se recurrió a los religiosos beletmíticos o Hermanos de Belén, originarios de Guatemala, cuyas gestiones demoraron casi cinco años antes de tomar posesión del Hospital Real de San Miguel, el 19 de septiembre de 1706, cuando se les concedió formal custodia sobre el hospital.
Fue próspera la disposición, pues para la mitad del siglo XVIII ya contaban cinco enfermerías, dos para mujeres y a cargo de mujeres con goce de sueldo por su trabajo, y tres para varones. Su vocación fue indiscutible, como el trabajo intensivo afrontado durante el brote epidémico en 1747 o el de la «epidemia de la bola», entre 1785 y 1786, que se vio desbordado de pacientes atacados por hambre y peste en todo el país, justo cuando el obispo y humanista fray Antonio Alcalde trabajaba en tierras de la Nueva España para aliviar el sufrimiento de nuestro pueblo, entonces contaría con unos 70 años de vida; de hecho, él propuso al presidente de la Real Audiencia de Guadalajara, el señor Sánchez Pareja, edificar con su personal pecunio y sin detrimento del real patronato, un nuevo hospital en los suburbios, que fuese sólido y más amplio, con capacidad para mil enfermos. No fue su única gran empresa, a él le debemos también la Real y Literaria Universidad de Guadalajara, entre otras obras. El 3 de mayo de 1793, se trasladaron las actividades hospitalarias al nuevo inmueble, cuyo costo ascendió a doscientos setenta y cinco mil, setenta y ocho pesos, cubiertos por el benefactor Alcalde, el cual subsiste hasta nuestros tiempos, y en el que fui intervenido quirúrgicamente.
La Universidad de Guadalajara lo tiene bajo su responsabilidad y se ha convertido a partir de 1997, junto con el Hospital Civil «Juan I. Menchaca», en el Organismo público descentralizado (OPD) Hospitales Civiles de Guadalajara, ahora con su flamante torre de especialidades.
Son ambos hospitales-escuela, donde se cumple con funciones académicas, asistenciales y de investigación de primer orden, donde se forman cerca de mil 300 estudiantes de la Universidad de Guadalajara, en beneficio de la población abierta, con una infraestructura de 45 quirófanos, casi 200 consultorios y más de mil 500 camas para pacientes hospitalizados, a cargo de casi 950 médicos adscritos.
Su volumen de servicios alcanza las casi 150 mil intervenciones quirúrgicas electivas y de urgencia, una treintena de cirugías ambulatorias, más de 2 mil consultas generales, casi 500 servicios de urgencias, 70 partos naturales o por cesáreas, más de 14 mil estudios de laboratorio, cientos de estudios de rayos X, y, durante mi breve estancia, advertí pacientes de más de una semana, a causa de que literalmente no se dan abasto, todos ellos enfermos de Jalisco, Michoacán (la segunda entidad más favorecida), Nayarit, Zacatecas, Colima y Guanajuato, y en menor proporción, de todo el país. Pernocté en el área de camas dos veces; para la fecha de mi operación, la mayoría de pacientes estaban ahí por causa de la inseguridad pública (problema con profundo trasfondo educativo), abundaban víctimas de ataques por armas de fuego, punzocortantes u objetos contundentes; es decir, un crudo muestrario de la más primaria de las condiciones de violencia desatada en nuestro país.
Créanme, no se necesita ser intelectual y estar desprotegido por el sistema de salud para zambullirse en la realidad de la actual sociedad jalisciense y mexicana para saber cómo va la marcha de nuestro país, basta con pasar una noche en los hospitales universitarios para conocer de heroísmos, pesares y los rotundos fracasos de la ultraderecha en el gobierno de la nación, de los estados y de los municipios.

Gobierno de Jalisco y Gobierno federal, el despotismo porfirista de nuevo en casa
Hemos asistido a por lo menos dos disputas trascendentes en los últimos días en el país. Por una parte, el señor Felipe Calderón Hinojosa ha exhibido el más profundo despotismo ante la necesidad de la sociedad mexicana, en su personal gala, que podemos calificar de faraónica, durante las celebraciones del bicentenario de nuestra nación. Mientras que en el sureste de México (Veracruz, Tabasco, Chiapas, Oaxaca, etcétera) la angustia y el clamor por ayuda de la población sufriente en las inundaciones, el gobierno calderonista —al puro estilo de Porfirio Díaz, el dictador— dilapidó casi doscientos millones de pesos en unos festejos que saben al mayor de los más profundos desprecios por la necesidad humana; eso sí, el pueblo de México era conminado a donar alimentos, medicinas, ropa y otros bienes para ayudar a los damnificados; y si fuera menor esta burla de una noche de farra, se le añadió el denominado bicentenario olímpico, en el fin de semana, para el cual se dilapidaron otros 80 millones de pesos, con un nulo resultado en hábitos deportivos de los mexicanos, y esto lo escribe un deportista desde mis 12 años, que fui nadador y gimnasta. Los deportistas en mi juventud lo que pedíamos, y en eso coinciden los deportistas y atletas jóvenes de hoy, es en la necesidad de infraestructura para crear espacios de deporte, y no sólo de grandes complejos, también y fundamentalmente en las comunidades. Hacen falta unidades deportivas en todos los barrios del país o mayor inversión en las universidades públicas, como la UdeG, y no gastar en una borrachera de 80 millones de pesos en un fin de semana. De la cultura democrática ni hablamos, ni siquiera se ha podido proceder en las cámaras de Diputados y Senadores para juzgar con transparencia, equidad y ética el caso de los infantes víctimas en la conflagración de la guardería ABC en Hermosillo, Sonora, con 49 niños muertos y 80 con severas secuelas. El señor Juan Molinar Horcaditas pasó de la responsabilidad en el IMSS, con el enorme daño a la niñez de Sonora, a la Secretaría de Comunicaciones, y ya tiene también en su haber la destrucción de la compañía Mexicana de Aviación, con otros 8 mil trabajadores sin empleo, más lo que salga de las cloacas, porque a este punto se suma el destino del futuro de las telecomunicaciones, sobre todo y fundamentalmente la red de internet en México. No hemos de repetir el error con Telmex, ¿o sí?
Por otra parte, el gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez, hace y declara con una locuacidad que deja pasmados a propios y extraños. Por igual ataca a la Universidad de Guadalajara, incluso personaliza diferencias con universitarios y lastima a nuestra alma máter por rencillas personales, y al propio tiempo no para en despilfarros como su copartidario Felipe Calderón Hinojosa; lleva a cabo literalmente borracheras que siempre terminan en insultos a la pluralidad en la sociedad jalisciense (basta con no pensar como él, no coincidir en su visión religiosa, política, sexual o filosófica para ser agraviados); el más emblemático de sus disparates es su muy difundida frase: «Perdón, don Juan: ¡chingen a su madre!» Don Juan era el también muy intolerante cardenal Juan Sandoval Íñiguez, gran enemigo de la comunidad homosexual, y los destinatarios de la «mentada de madre» éramos la sociedad que no aceptamos que el erario público se destine a construir templos, cuando las necesidades de la población son muchas, apremiantes y, de ser resueltas, el mejor homenaje, la más portentosa celebración de nuestros doscientos años; a cambio, el gobernador de Jalisco no ha escatimado en gastar a manos llenas el recurso público en «pachangas» que culminan en borracheras, patrocinios para telenovelas de escaso o nulo provecho educativo, conciertos multimillonarios, obras con un inexplicable sobreprecio, poco juicio al seguir las políticas públicas federales, sobre todo en materia de salud pública, y sigue una inmensa lista de yerros, falta de tacto, abusos en el gasto de autopromoción y la generación de conflictos con prácticamente todos los grupos sociales de Jalisco.
Lo preocupante es que parece ser la marca distintiva de los gobiernos emanados del Partido Acción Nacional, porque nos obliga a hacernos la siguiente pregunta: ¿de seguir en el poder Acción Nacional, sólo nos depara el futuro lo que nos han dado hasta ahora los señores Fox y Calderón, es decir, fraudes electorales, despilfarro, opacidad, falta de sabiduría, nepotismo, discriminación y despotismo, y será lo mismo en Jalisco?

¿Por qué más recursos para la UdeG?
Porque son necesarios, para hacer ciencia, tecnología, industria, empresa, pensamiento crítico, y capacitar con estas herramientas a las nuevas generaciones, dotarlas intelectualmente para ver de otra manera el mundo y transformarlo y hacerles creíble lo que es verdad, que la suma de voluntades, de la buena voluntad general, puede conducirnos a integrar un proyecto de nación en que quepamos todos, apostar por la unidad nacional, y no por la estulticia, el chismorreo y la calumnia, que terminan en división y quebrantos de familias, instituciones y proyectos de vida. Sin educación, el país tiene como perspectiva de futuro el fracaso, el subdesarrollo y la ingobernabilidad.
Usted, señor Felipe Calderón Hinojosa, es un peligro para la nación; comenzó a serlo durante la campaña mentirosa de descrédito a un serio contendiente a la presidencia y cuando consumó el fraude electoral de 2006, demostró con su ejemplo para quienes no creen en el trabajo, la ética y el respeto, que las ideas, los proyectos y el conocimiento, así como el genuino liderazgo, no son fuente indispensable de unidad e impulso social. Que el «agandalle» es infinitamente superior a la justicia. He ahí su obra: un país descompuesto y violentado, temeroso del futuro de seguir como van las cosas y con una rabia contenida por no hallar ojos, oídos y voluntad en quienes toman decisiones para resolver sus problemas. ¿Para eso codiciaba la presidencia de la república, para sembrar la injusticia, el desorden social, la falta de oportunidades y el dolor de tres cuartas partes de la población mexicana? Usted no puede. Su opción es dimitir y ceder la responsabilidad a individuos preparados, sensibles y de servicio.
Reflexionen, señores gobernantes; a doscientos años de nuestra constitución nacional, el país demanda héroes comprometidos con el bienestar y el desarrollo nacionales, y no a «audaces» que saben salirse con la suya. Sus actos han generado un profundo dolor, y ya basta. Por el bien de todos, también ustedes voten por Andrés Manuel López Obrador.