domingo, 28 de noviembre de 2010

¿En Facebook se censura?





En estos días he estado participando en Facebook; en mis comentarios he incluido ideas políticas, todas ellas según el acontecer de nuestra nación, o de nuestra localidad, tal y como se pueden advertir en este "blog". En poco tiempo mi acceso a Facebook se tornó difícil y ahora francamente imposible. En un principio creí que sería un problema de conexión, por tal motivo comencé a indagar entre mis conocidos, conectados a la red en tiempo real, si tenían acceso al servicio de Facebook, y qué creen, ellos no tienen problema de acceso alguno, pero en mi caso se vuelve prohibitivo. El gobierno mexicano se muestra extrañado por la censura en China, lo que es razonable, pero dentro del territorio nacional también se censura tenazmente a quienes no coincidimos o somos críticos con el régimen. ¿Eso es libertad de expresión, identidad democrática y respeto a la constitucionalidad? ¿Quién responde por esos ataques a la libertad de pensamiento?


martes, 19 de octubre de 2010

¿Justicia social en Jalisco?



Hospital Civil «Fray Antonio Alcalde», para todos los dolientes de nuestro país, incluidos intelectuales
El pasado 01 de julio de este 2010, fui sometido a una operación quirúrgica en el popularmente denominado Viejo Hospital Civil, cuya delicadez consistía en el resultado de indagar en un hueso de mi mano, justo en el quinto metacarpiano. A Dios gracias (soy creyente y no he de ocultarlo), corrí con enorme suerte: ni siquiera tuve dolor pos-operatorio, y en buena parte hago aquí pública mi gratitud al profesionalismo y dedicación de los especialistas en ortopedia de este nosocomio universitario, a saber: los doctores Juan Toscano Arce, Mónica Araceli Cabrera Montes, Cristina Carbajal B., otra doctora cuyo nombre se me escapa ahora y quedo en deuda para hacer aquí el apunte indispensable, además de muchos otros que de una manera u otra participaron en mi atención, como es el caso del doctor Gustavo Tafoya, así como el equipo de anestesiología, enfermeras y enfermeros, trabajadoras sociales, autoridades, la sutil intercesión del doctor y diputado Raúl Vargas, es decir, una compleja red de personas cuyo profesionalismo hacen posible que los «dolientes» de Jalisco y el país entero encontremos en el Hospital Civil «Fray Antonio Alcalde» calidad, oportunidad y humanitarismo para nuestros problemas de sanidad.
Un apunte adicional: fui en calidad de paciente convencional, hice mis pagos requeridos, acudí a mis citas como cualquier otro y no se me hizo distinción alguna, las autoridades que supieron de mi persona en el hospital es porque debió correrse la voz, no porque yo buscase una atención privilegiada; fui pues, como cualquier jalisciense sin protección en derechos de salud, ya que ni siquiera pude contender en competencia justa para aspirar a los apoyos económicos que como escritor tengo derecho en el Programa de estímulo a la creación y al desarrollo artístico del Estado de Jalisco 2009-2010, que habrían sido un modo de subsanar el asunto crematístico (no pido aquí que me «den», simplemente competencia justa: la opacidad en el manejo y asignación de recursos impera con cruda fiereza en la Secretaría de Cultura), y es que en mi labor de promotor de la lectura de ya diez años no cuento con otra opción que el Hospital Civil para una cirugía.
Esta institución, como sabemos, tiene una historia centenaria. Nació como Hospital de San Miguel, entonces el segundo hospital creado en Guadalajara —el otro era el de la Santa Veracruz—, gracias a bienes decimales, en la década de los ochenta, durante el siglo XVI. Su patronímico deriva de que estaba situado al lado de la catedral vieja de san Miguel Arcángel, al costado del dormitorio de la enfermería conventual; luego ocupó el zaguán y dos piezas del Liceo de Niñas. Cuando se dio el proceso de nacionalización de bienes eclesiásticos, pasó al resguardo del Gobierno Civil. Posteriormente, las monjas de Santa María de Gracia, cuyo convento se situaba donde se emplaza en nuestros días el mercado Corona, cambiaron su terreno por el del hospital, y ésta habría de ser su sede por casi un par de siglos.
En el siglo XVII era administrado por las autoridades laica y religiosa en las personas del cabildo de la ciudad y el obispo; percibía el noveno y medio de los diezmos de la comunidad, con un ingreso de más de tres mil pesos; su equipo de profesionales eran médico, botica, barbero y capellán, veinte camas, con ropa y esclavos africanos encargados en curaciones y servicio de todo tipo de enfermos. Los diezmos de aquel entonces eran generosos, eso permitía sostener la plantilla médica, incluso para socorrer a las monjas de Santa María de Gracia, a jesuitas y obras pías.
Como el Hospital Civil de nuestros días, aquel sufrió embates e incomprensión política. En 1620, el obispado de la Nueva Vizcaya, en Durango, erigió un nuevo hospital y el nuestro cayó en desgracia, pues los diezmos y la ayuda disminuyeron, así que a mediados del siglo XVII ya el obispo Colmenero proponía al rey fundir los hospitales de San Miguel y de la Santa Veracruz, pero no fue escuchado. Fue tal el descuido, que incluso su inmueble llegó a la ruina, hasta que se recurrió a los religiosos beletmíticos o Hermanos de Belén, originarios de Guatemala, cuyas gestiones demoraron casi cinco años antes de tomar posesión del Hospital Real de San Miguel, el 19 de septiembre de 1706, cuando se les concedió formal custodia sobre el hospital.
Fue próspera la disposición, pues para la mitad del siglo XVIII ya contaban cinco enfermerías, dos para mujeres y a cargo de mujeres con goce de sueldo por su trabajo, y tres para varones. Su vocación fue indiscutible, como el trabajo intensivo afrontado durante el brote epidémico en 1747 o el de la «epidemia de la bola», entre 1785 y 1786, que se vio desbordado de pacientes atacados por hambre y peste en todo el país, justo cuando el obispo y humanista fray Antonio Alcalde trabajaba en tierras de la Nueva España para aliviar el sufrimiento de nuestro pueblo, entonces contaría con unos 70 años de vida; de hecho, él propuso al presidente de la Real Audiencia de Guadalajara, el señor Sánchez Pareja, edificar con su personal pecunio y sin detrimento del real patronato, un nuevo hospital en los suburbios, que fuese sólido y más amplio, con capacidad para mil enfermos. No fue su única gran empresa, a él le debemos también la Real y Literaria Universidad de Guadalajara, entre otras obras. El 3 de mayo de 1793, se trasladaron las actividades hospitalarias al nuevo inmueble, cuyo costo ascendió a doscientos setenta y cinco mil, setenta y ocho pesos, cubiertos por el benefactor Alcalde, el cual subsiste hasta nuestros tiempos, y en el que fui intervenido quirúrgicamente.
La Universidad de Guadalajara lo tiene bajo su responsabilidad y se ha convertido a partir de 1997, junto con el Hospital Civil «Juan I. Menchaca», en el Organismo público descentralizado (OPD) Hospitales Civiles de Guadalajara, ahora con su flamante torre de especialidades.
Son ambos hospitales-escuela, donde se cumple con funciones académicas, asistenciales y de investigación de primer orden, donde se forman cerca de mil 300 estudiantes de la Universidad de Guadalajara, en beneficio de la población abierta, con una infraestructura de 45 quirófanos, casi 200 consultorios y más de mil 500 camas para pacientes hospitalizados, a cargo de casi 950 médicos adscritos.
Su volumen de servicios alcanza las casi 150 mil intervenciones quirúrgicas electivas y de urgencia, una treintena de cirugías ambulatorias, más de 2 mil consultas generales, casi 500 servicios de urgencias, 70 partos naturales o por cesáreas, más de 14 mil estudios de laboratorio, cientos de estudios de rayos X, y, durante mi breve estancia, advertí pacientes de más de una semana, a causa de que literalmente no se dan abasto, todos ellos enfermos de Jalisco, Michoacán (la segunda entidad más favorecida), Nayarit, Zacatecas, Colima y Guanajuato, y en menor proporción, de todo el país. Pernocté en el área de camas dos veces; para la fecha de mi operación, la mayoría de pacientes estaban ahí por causa de la inseguridad pública (problema con profundo trasfondo educativo), abundaban víctimas de ataques por armas de fuego, punzocortantes u objetos contundentes; es decir, un crudo muestrario de la más primaria de las condiciones de violencia desatada en nuestro país.
Créanme, no se necesita ser intelectual y estar desprotegido por el sistema de salud para zambullirse en la realidad de la actual sociedad jalisciense y mexicana para saber cómo va la marcha de nuestro país, basta con pasar una noche en los hospitales universitarios para conocer de heroísmos, pesares y los rotundos fracasos de la ultraderecha en el gobierno de la nación, de los estados y de los municipios.

Gobierno de Jalisco y Gobierno federal, el despotismo porfirista de nuevo en casa
Hemos asistido a por lo menos dos disputas trascendentes en los últimos días en el país. Por una parte, el señor Felipe Calderón Hinojosa ha exhibido el más profundo despotismo ante la necesidad de la sociedad mexicana, en su personal gala, que podemos calificar de faraónica, durante las celebraciones del bicentenario de nuestra nación. Mientras que en el sureste de México (Veracruz, Tabasco, Chiapas, Oaxaca, etcétera) la angustia y el clamor por ayuda de la población sufriente en las inundaciones, el gobierno calderonista —al puro estilo de Porfirio Díaz, el dictador— dilapidó casi doscientos millones de pesos en unos festejos que saben al mayor de los más profundos desprecios por la necesidad humana; eso sí, el pueblo de México era conminado a donar alimentos, medicinas, ropa y otros bienes para ayudar a los damnificados; y si fuera menor esta burla de una noche de farra, se le añadió el denominado bicentenario olímpico, en el fin de semana, para el cual se dilapidaron otros 80 millones de pesos, con un nulo resultado en hábitos deportivos de los mexicanos, y esto lo escribe un deportista desde mis 12 años, que fui nadador y gimnasta. Los deportistas en mi juventud lo que pedíamos, y en eso coinciden los deportistas y atletas jóvenes de hoy, es en la necesidad de infraestructura para crear espacios de deporte, y no sólo de grandes complejos, también y fundamentalmente en las comunidades. Hacen falta unidades deportivas en todos los barrios del país o mayor inversión en las universidades públicas, como la UdeG, y no gastar en una borrachera de 80 millones de pesos en un fin de semana. De la cultura democrática ni hablamos, ni siquiera se ha podido proceder en las cámaras de Diputados y Senadores para juzgar con transparencia, equidad y ética el caso de los infantes víctimas en la conflagración de la guardería ABC en Hermosillo, Sonora, con 49 niños muertos y 80 con severas secuelas. El señor Juan Molinar Horcaditas pasó de la responsabilidad en el IMSS, con el enorme daño a la niñez de Sonora, a la Secretaría de Comunicaciones, y ya tiene también en su haber la destrucción de la compañía Mexicana de Aviación, con otros 8 mil trabajadores sin empleo, más lo que salga de las cloacas, porque a este punto se suma el destino del futuro de las telecomunicaciones, sobre todo y fundamentalmente la red de internet en México. No hemos de repetir el error con Telmex, ¿o sí?
Por otra parte, el gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez, hace y declara con una locuacidad que deja pasmados a propios y extraños. Por igual ataca a la Universidad de Guadalajara, incluso personaliza diferencias con universitarios y lastima a nuestra alma máter por rencillas personales, y al propio tiempo no para en despilfarros como su copartidario Felipe Calderón Hinojosa; lleva a cabo literalmente borracheras que siempre terminan en insultos a la pluralidad en la sociedad jalisciense (basta con no pensar como él, no coincidir en su visión religiosa, política, sexual o filosófica para ser agraviados); el más emblemático de sus disparates es su muy difundida frase: «Perdón, don Juan: ¡chingen a su madre!» Don Juan era el también muy intolerante cardenal Juan Sandoval Íñiguez, gran enemigo de la comunidad homosexual, y los destinatarios de la «mentada de madre» éramos la sociedad que no aceptamos que el erario público se destine a construir templos, cuando las necesidades de la población son muchas, apremiantes y, de ser resueltas, el mejor homenaje, la más portentosa celebración de nuestros doscientos años; a cambio, el gobernador de Jalisco no ha escatimado en gastar a manos llenas el recurso público en «pachangas» que culminan en borracheras, patrocinios para telenovelas de escaso o nulo provecho educativo, conciertos multimillonarios, obras con un inexplicable sobreprecio, poco juicio al seguir las políticas públicas federales, sobre todo en materia de salud pública, y sigue una inmensa lista de yerros, falta de tacto, abusos en el gasto de autopromoción y la generación de conflictos con prácticamente todos los grupos sociales de Jalisco.
Lo preocupante es que parece ser la marca distintiva de los gobiernos emanados del Partido Acción Nacional, porque nos obliga a hacernos la siguiente pregunta: ¿de seguir en el poder Acción Nacional, sólo nos depara el futuro lo que nos han dado hasta ahora los señores Fox y Calderón, es decir, fraudes electorales, despilfarro, opacidad, falta de sabiduría, nepotismo, discriminación y despotismo, y será lo mismo en Jalisco?

¿Por qué más recursos para la UdeG?
Porque son necesarios, para hacer ciencia, tecnología, industria, empresa, pensamiento crítico, y capacitar con estas herramientas a las nuevas generaciones, dotarlas intelectualmente para ver de otra manera el mundo y transformarlo y hacerles creíble lo que es verdad, que la suma de voluntades, de la buena voluntad general, puede conducirnos a integrar un proyecto de nación en que quepamos todos, apostar por la unidad nacional, y no por la estulticia, el chismorreo y la calumnia, que terminan en división y quebrantos de familias, instituciones y proyectos de vida. Sin educación, el país tiene como perspectiva de futuro el fracaso, el subdesarrollo y la ingobernabilidad.
Usted, señor Felipe Calderón Hinojosa, es un peligro para la nación; comenzó a serlo durante la campaña mentirosa de descrédito a un serio contendiente a la presidencia y cuando consumó el fraude electoral de 2006, demostró con su ejemplo para quienes no creen en el trabajo, la ética y el respeto, que las ideas, los proyectos y el conocimiento, así como el genuino liderazgo, no son fuente indispensable de unidad e impulso social. Que el «agandalle» es infinitamente superior a la justicia. He ahí su obra: un país descompuesto y violentado, temeroso del futuro de seguir como van las cosas y con una rabia contenida por no hallar ojos, oídos y voluntad en quienes toman decisiones para resolver sus problemas. ¿Para eso codiciaba la presidencia de la república, para sembrar la injusticia, el desorden social, la falta de oportunidades y el dolor de tres cuartas partes de la población mexicana? Usted no puede. Su opción es dimitir y ceder la responsabilidad a individuos preparados, sensibles y de servicio.
Reflexionen, señores gobernantes; a doscientos años de nuestra constitución nacional, el país demanda héroes comprometidos con el bienestar y el desarrollo nacionales, y no a «audaces» que saben salirse con la suya. Sus actos han generado un profundo dolor, y ya basta. Por el bien de todos, también ustedes voten por Andrés Manuel López Obrador.


lunes, 24 de mayo de 2010

Clichés peligrosos: «Sin crecimiento no hay desarrollo.»



Verdadera payasada que ya ocasiona estragos en la sociedad mexicana en los últimos cuarenta años, por lo menos, y el señor Felipe Calderón Hinojosa repite con religiosa convicción. Los políticos del PRI querían justificar su codicia y saqueos al país cada seis años y elaboraron este ingenioso mito: «sin crecimiento no hay desarrollo, pero primero va el crecimiento», el cual ya forma parte de las leyendas urbanas. Y acá todo mundo lo repite como perico; claro, sólo en países subdesarrollados, porque en los países de primer mundo crecimiento y desarrollo son equivalentes, van de la mano, o no es crecimiento ni desarrollo: es pillaje. Esto es del todo razonable: lo indica la realidad.

Veamos, el argumento ha sido éste: primero se debe generar riqueza, la cual una vez amasada podrá ser distribuida «generosamente» entre los diferentes estratos de la sociedad en el círculo benéfico del mercado, y tal como la lluvia se filtra a las capas subterráneas de la tierra, así la riqueza un día no muy distante permeará hasta los más pobres. Pero es una payasada cruel: porque entre los hombres más ricos del mundo (y que ambicionan también apoderarse de Pemex, IMSS, ISSSTE, CFE, Luz y Fuerza —ya extinta en papel—, las carreteras aún no privatizadas, SIAPA, etcétera) tienen por cimiento de su riqueza a México desde hace décadas, y en México igual existen las comunidades más pauperizadas del planeta. Así que ¿dónde está el beneficio de haber enriquecido a esos supermillonarios?

El mito del crecimiento es uno de esos rollos con que se disimula el saqueo, la corrupción y la anarquía legal, y se nos habla de macroeconomía como si al defenderla resguardaríamos la santa virginidad de la nación. Todo aquel que hinca el diente en los negocios carnosos del bien público termina por argüir que es justo, legal y necesario porque genera empleos, y los gobernantes cómplices les guiñen el ojo y nos aseguran que esa riqueza no es de balde, que provocará desarrollo, a saber en la neta: salarios de hambre, falta de oportunidades, privatización inducida de servicios públicos para venderlos en tres pesos, inseguridad galopante, en fin, todo ese bla-bla-blá que luego deriva en riquezas concentradas en manos de pocos individuos.

Dichosa estupidez la del crecimiento sostenido, ¡en medicina pasa algo que es exactamente igual a eso: el cáncer! ¡Los tumores malignos se comportan precisamente como el crecimiento económico de estos rolleros, hasta que matan al paciente!

Dejémonos de rollos. En adelante, si políticos y economistas hablan de crecimiento deberemos entender desarrollo, y si lo hacen de desarrollo será crecimiento, y su reflejo nítido será la calidad de vida en las mayorías: si a la gente no nos ajusta para todo, amigos míos, no hay crecimiento, porque no hay desarrollo, así de simple, y si la pasamos mal es que hay un cáncer que es imprescindible extirpar, como bien recomiendan los médicos, o nos morimos como pueblo. Así de simple.

lunes, 17 de mayo de 2010

Clichés peligrosos: «El pueblo tiene el gobierno que se merece.»




Ándale, ahora resulta que por doquier, incluido entre los universitarios, se repite con triste convicción, que suena a lamento: «El pueblo tiene el gobierno que se merece.» Pero detengámonos un segundo a reflexionar: ¿no es cierto que cualquier individuo, a pesar de que padezca lamentables taras o deformaciones físicas, debe conservar sus inexcusables derechos humanos, consagrados sobre todo en la «Declaración universal de los derechos humanos», de 1948 en la ONU. Pues bien, inherente a ese derecho está el del buen gobierno, puesto que los pueblos están integrados por individuos cuyo destino y bienestar depende de quienes los gobiernan y representan. Por tanto, es una condición superlativa nuestro derecho en México, y en todo el orbe, a ser regidos por buenos gobiernos… mejor aún, por excelentes gobiernos.
De no serlo, y el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa no lo es y nos está conduciendo a la confrontación social en todo el país, debe ser requerido por su incompetencia por lo menos al escrutinio popular, compuesto por millones de individuos que padecen sus pésimas decisiones, para decidir todos en unidad nacional cómo restablecemos el orden y la paz sociales.
Definitivamente nada más falso que: «El pueblo tiene el gobierno que se merece». Todos nos merecemos buenos, incluso inmejorables gobiernos, base fundamental de la prosperidad, el desarrollo y la justicia social.


viernes, 26 de marzo de 2010

Vías ecodinámicas



Nuestra ciudad de Guadalajara, Jalisco, con bastantes resistencias y jaloneos políticos, de pronto ya simpatiza con la actualización de su movilidad urbana. Los líos sociales para resolver por ejemplo la circulación por calzada Independencia-Gobernador Curiel incluyeron mentiras de gobierno, manifestaciones sociales, opacidad en las licitaciones para realizar obras e inversiones tanto de constructores de la infraestructura de pavimentos y estaciones o paraderos como de prestadores del servicio del ahora Macrobús, incluso la devastación de árboles centenarios, para los cuales no hubo piedad ni la menor misericordia. Sin duda, pudo ser otra la solución urbanística, pero el daño está hecho.
Tiene el macrobús, por supuesto, sus puntos a favor:

1. El traslado por medio de macrobuses, en todo momento y sin importar horas pico, es cada vez más eficaz (y esto no admite réplicas: basta con subirse a una unidad y trasladarse de extremo a extremo en todo el circuito; yo he hecho poco más de 35 minutos de la estación Fraternidad y hasta Fray Angélico, con un trasbordo al macrobús denominado exprés):

2. El viaje es relativamente cómodo (a menos que se trate de horas pico, cuando aumenta la demanda);

3. En este transporte se han instrumentado medidas que pueden parecer discriminatorias contra las mujeres (pues se ha hecho una división preferente para damas, pero es que en verdad existen sujetos que se les debe obligar a respetar al sexo complementario con estas medidas; desde luego, es muy lamentable el hecho, no obstante son preferibles antes que llegar de plano al linchamiento social de individuos abusivos: es impostergable la reeducación);

4. Las estaciones siempre se mantienen limpias y en buen estado, sus mecanismos de acceso son cada vez más eficaces, los tiempos de espera se pueden calificar de regulares a buenos o muy buenos;

5. La contaminación ha disminuido.

Pero, existen varios «pero» que deben tomarse en cuenta, algunos que implican directamente al servicio de macrobús y otros de carácter complementario a la instrumentación de estas soluciones, y que son quizá lo que ha generado enormes dificultades para expandir este servicio en otros puntos de la zona metropolitana (en general bueno, al menos para mí) desde el municipio de Zapopan y hasta Tlaquepaque o Tonalá, cruzando la ciudad de Guadalajara. Veamos cuáles son:

1. El jaloneo de las fuerzas políticas en esta materia refleja que en la instrumentación de este servicio se mueven intereses económicos que sólo desangran al presupuesto público con creciente e inexplicable endeudamiento, a causa de la opacidad, el despilfarro y el nulo acceso a la información financiera de cómo, cuánto y para qué se gasta con quienes ejecutan las obras: los ciudadanos debemos pagar más, más y más por un servicio que, al parecer podría ser casi equivalente a invertir en un transporte de metro o tren eléctrico;

2. La percepción comunitaria del beneficio social es pobre, y desde luego que esto ocurre porque todo queda siempre en pocas manos: no sabemos cómo ni quiénes redactan las reglas para la licitación de obras (¡al parecer, al final nos cuesta más al presupuesto público un saco de cemento en la obra de los pavimentos especiales para el macrobús que si comprásemos dicho saco a un comerciante detallista!), el servicio de transporte queda en manos de un monopolio, lo que ha dejado en desempleo a mucho conductores (sería muy recomendable que pequeños transportistas tuviesen la oportunidad de invertir en una unidad de macrobús quizá por medio de cooperativas para integrarse al servicio, y por supuesto, con las mismas medidas de calidad. Esto es perfectamente posible, basta ver lo que ocurre con el servicio de microbuses; eso sí, ha de estar estrictamente regulado por ley. Como sea, la socialización de este servicio estimularía la buena voluntad de las diversas comunidades afectadas por las obras;

3. Unido al tema anterior, la socialización, está un punto medular: el costo del transporte; los usuarios y contribuyentes se preguntan con enorme fastidio por qué debe pagarse más por un servicio que ellos mismos han contribuido, vía impuestos, a impulsarlo. Y es que el servicio Macrobús emplea una vía y estaciones que se pagarán por varios años con el recurso de todos, pero Macrobús no contribuye sino a hacer negocios: ¿qué conveniencia hay en que la sociedad construya vías costosísimas y modernizadas si el que las ha de explotar no aportará sino exclusivamente el interés de su bolsillo, además de los estímulos fiscales que el estado sacrifica para el beneficio de esta empresa durante la recuperación de sus inversiones? La prueba de que podíamos habernos ahorrado esto es el tren eléctrico, que trabaja con números muy positivos y es propiedad pública. Macrubús, con la casi exclusividad del servicio de transporte por el trayecto Gobernador Curiel-calzada Independencia, bien podría reducir su tarifa mientras goce de esta prerrogativa;

4 Asimismo, se ha dejado de lado o están incompletas dos clases de obras: a) las ciclovías (que son una necesidad apremiante) y b) la reforestación, pero con un sentido más riguroso: debe hacerse ley el plantar y preservar el arbolado en toda la ciudad. A falta de áreas verdes, cada domicilio, según las dimensiones de su fachada, debiera tener la obligación de plantar y conservar uno o dos árboles, de no hacerlo, el municipio cobraría un impuesto especial para adquirir árboles y dar mantenimiento y restaurar zonas verdes;

5. Y lo más importante, ampliar los esfuerzos y estrategias para hacer efectiva la modernización con sentido humano de nuestra ciudad, para lo cual propongo una opción alterna que propiciaría el desarrollo social, a la que denomino «vías ecodinámicas».


La opción ecodinámica

Esta idea no es completamente original, apenas sí sintetizo experiencias que ya vemos en Guadalajara. El centro de nuestra ciudad se ha embellecido últimamente y muchas calles del centro histórico se han transformado en rutas de tránsito exclusivo para peatones, otras admiten un carril para vehículos, pero eso ha realzado la dinámica de nuestras calles y la hacen lucir mucho más gratas.

Si recuperamos este concepto y lo adoptamos ampliado en las calles paralelas de mayor circulación, podría estimularse el flujo de nuestras calles. Para este fin, son necesarios incorporar tres conceptos de vialidad:

1. Grandes flujos: avenidas, calzadas y rúas de tránsito intensivo, en las que se admitan grandes velocidades por hora (por ejemplo: en periférico y calzada Lázaro Cárdenas), en ellas es ideal el uso de macrobús, tren eléctrico, transporte urbano ordinario y, sobre todo, para conductores apremiados por llegar a su destino;

2. Flujos medianos: calles secundarias y paralelas a las de grandes flujos, para microbuses en el transporte de pasajeros y conductores en vehículos pequeños, sin prisa de llegar a su destino; y

3. Vías ecodinámicas: serían calles también paralelas a las dos precedentes, pero con la cualidad de ser exclusivas para bicicletas, patinetas y microvehículos movidos por energía eléctrica o solar, y por supuesto, transeúntes, muchos transeúntes.

Los vehículos tendrían un flujo exclusivo al centro de la rúa, en una proporción de una por tres partes; a sus extremos habría dos separaciones para cada dirección: una de corredores y otra de caminantes. Asimismo, son importantes los materiales, pues en las vías ecodinámicas debiera emplearse compuestos con gran capacidad de filtración del agua de lluvia. Si hacemos un cálculo de la distancia apta para retroalimentar los mantos freáticos con agua pluvial, nos daremos cuenta de que al sumar todas las ecovías a lo largo de la ciudad y durante el año, se captaría un nada despreciable volumen de agua libre de residuos contaminantes, pues no habría movimiento de vehículos de combustión de energías minerales o fósiles.

Comercialmente también generaría maravillosas dinámicas económicas, pues para los paseantes será satisfactorio en su trayecto llegar a beber un café, revisar libros de su interés, adquirir una prenda de vestir y otros géneros. Si aparte de esto se le añade brindar la conexión a internet libre, sobre todo para efectos de vigilancia, para fines de garantizar el derecho humano fundamental de acceso a la información y recursos educativos, esto haría de las ecorrutas el ideal de una ciudad humanizada, respetuosa con la naturaleza y comprometida con sus habitantes.

Son ideas sencillas, no muy costosas y que darían a nuestra población respuestas al problema de cómo inventarnos una sociedad generosa con todos. Pero como siempre, es un asunto de voluntad, de buena voluntad, porque las ideas y propuestas sobran. ¿Los políticos y empresarios dejarán por fin de pelearse por su «tajada de pastel» y pensarán mejor en resolver desde la unidad nuestros dilemas de proyecto de nación, o seguiremos empeñados en la división social a doscientos años de nuestra fundación como país?, eso está por verse. Hasta la próxima…

lunes, 4 de enero de 2010

Lo más triste entre lo triste, y sin justicia


Verdaderamente mis más sentido pésame para los padres de los bebés (49 chiquitos) quienes perdieron la vida en la conflagración en la guardería ABC, en Hermosillo, Sonora. Y su duelo es doble: ya nadie resulta ni responsable ni paga por esta abominación. Esto también es nuestro México. Qué pena, golpear así a la niñez, nuestra niñez, con tanta injusticia. Elevo una plegaria a Dios por ellos.