viernes, 16 de octubre de 2009

Aprilis 2009




Aprilis
en su 4ª. edición


Todo libro, como las personas mismas, posee historia propia. Permítaseme hacer una breve remembranza sobre Aprilis. En abril de 1992, yo laboraba en una plaza comercial próxima al área de las explosiones del llamado sector Reforma de la ciudad de Guadalajara, y justo el 22 de abril, en miércoles, se me obligó a descansar, lo cual hice de mala gana, pues era media semana. Esto quizá salvó mi vida. En tal época yo llevaba cierto avance de lo que iba a ser mi primera novela, la presente, y cuyo título había deliberado sería «La unidad y los fragmentos»; incluso la noche misma de su presentación, diez años más tarde, el dramaturgo Teófilo Guerrero la citó como tal en su alocución, ya que le di ese dato. Aprilis llegó a la luz pública con todos los problemas imaginables, el editor que desde el año anterior se había comprometido editarla me opuso extrañamente varios obtáculos de último momento, y para variar tuve que errar en busca de quién la imprimiera; por si fuese poco, además tenía el acuerdo formal de presentarla el 23 de abril, en el marco del día del libro. Por lo que advertí, en los hechos, le habrían dado «línea» a aquel incumplido editor para deslindarse de su promesa con mi novela, porque él mismo se benefició al maquilar otros materiales, incluso sobre el mismo tema —los desastres del 22 de abril—, en lugar de responder a nuestro convenio. Eso lo entendí entonces, y persisto en la misma idea: se trató de censura, una más de muchas. De nada valdría la mala jugada, Aprilis igual se publicó y fue lo mejor que pudo ocurrirle a mi libro.
Como había acudido a la Secretaría de Cultura Jalisco, se produjo en coedición con Ediciones Euterpe, cuyo tiraje muy pronto se agotó, incluso la excelente respuesta de los lectores me facilitó reunir los recursos necesarios para efectuar un viaje a Europa, en 2002.
Claro, pude haberla publicado casi diez años antes, pero la censura fue tenaz: el tema era delicado, la sombra del PRI planeaba intimidante y el hecho de que yo fuese un autor joven, sin recomendaciones y muy crítico con los medios político y literario, hicieron imposible darla entonces a los lectores. Recuerdos de esta época para mí son agrios: discriminación por ser joven, falta de oportunidades y de empleo, estaba vetado por mis ideas sociales y políticas; en una radio pude laborar como locutor, pero mi pecado fue no ser priista, y seguí en mis penurias por años... En el fondo editorial Tierra Adentro también se rechazó mi novela sin mediar argumento alguno —según se estilaba para trabajos desestimados—, no obstante en 2006, año fundamentalmente electoral, Aprilis ganó su sitio en la coleción de los Libros del rincón, de la SEP, para enseguida ser censurada, otra vez, mediante artificios burocráticos diversos, supongo que por causa del tema y de mi simpatía política de izquierda por Andrés Manuel López Obrador.
Hasta la primera mitad de la década de los noventa, los jóvenes de entonces carecíamos tajantemente de espacios de desarrollo y expresión en Guadalajara, Jalisco, si acaso no coincidíamos con la ideología del poder político imperante. Por lo que se ve, la situación no ha variado gran cosa, pero ahora se respira un poco más de libertad de expresión, o mejor dicho, difícilmente nos quedamos callados en la sociedad de nuestros días. Veremos cuánto tiempo nos dura el gusto, porque las tentaciones represoras y autoritarias siempre están al acecho.
En aquel 1992 yo contaba con 25 años, me dedicaba a un oficio no muy de mi gusto, escribía una novela y me sentía urgido por titularme en la universidad, y de pronto Guadalajara, el mundo entero y yo nos quedamos impactados. La ciudad había sufrido varias explosiones en diversas zonas, y en el aire se respiraba un ánimo de terror. En estas páginas describo a manera de telón de fondo lo que nos tocó vivir. Por muchos años las autoridades se empeñaron en culpar a las empresas instaladas en los puntos siniestrados, a causa de sus irresponsables derrames de desechos industriales al drenaje, pero la fuerza aniquiladora de aquella tragedia denunciaba sumamente ineficaz el argumento oficial: la potencia y extensión de las detonaciones habría sido costosísima en hidrocarburos. Simplemente no era creíble, nadie tira tanto dinero al drenaje, a menos que no le haya costado el menor esfuerzo obtenerlo... Las pérdidas humanas, también cuantificadas de manera dolosa, se estimaron en alrededor de 220 víctimas, pero todos sabemos que por el barrio de Analco, por ejemplo, incluso solía instalarse un bullicioso tianguis —mercado trashumante que se instala un día a la semana en diferentes puntos de la ciudad—, amén de los cotidianos residentes y visitantes en un área tan comercial. Entonces, ¿adónde fue a parar esa gente?
Personalmente colaboré como miles de ciudadanos anónimos en las acciones de rescate, recorrí calles devastadas, observé con estupor víctimas desgarradas por la negligencia oficial, y siempre insistí: hedía a gasolina. El incompetente gobierno federal de Carlos Salinas de Gortari se empecinaba en negarlo, como negó siempre injusticias, crímenes de estado y descontentos sociales a lo largo y ancho del país.
Los hechos poco a poco han dejado en claro que la verdad se impone de una u otra maneras, pero si bien la verdad histórica pronto emergió de entre escombros y sombras a la luz pública, la responsabilidad penal ya ha prescrito, nadie fue declarado respondable, y aunque los gobiernos de Acción Nacional prometieron juzgar y encarcelar culpables, sólo fueron promesas de campaña que se han diluido entre nuevos escándalos y nuevas tragedias. Nadie asumió la responsabilidad.
Somos una sociedad que solía ser desmemoriada; aún nos cuesta bastante trabajo recuperar y procesar nuestros recuerdos, para hacer historia, para mejor gobernarnos, para tomar mejores decisiones. Somos un pueblo olvidadizo, y con frecuencia también somos víctimas de nuestros renovados errores. Éso es lo más doloroso de ser ciudadanos de México, y de nuestra hermosa Guadalajara: pero nuestros olvidos y apatía cuestan vidas humanas.
Esta nueva edición de Aprilis, mejorada al corregir erratas y en diseño de portada e interiores, que aparecerá en noviembre de 2009, es una demostración palpable de que la literatura y el pensamiento crítico van más allá de quienes vanamente se esmeran en aminorar las oportunidades a la creación independiente y la lucha por la democratización de la cultura. Sólo puedo reiterar mi gratitud a quienes han hecho posible la permanencia de este libro: lectores, académicos, el editor David Mora Zamarripa, el diseñador Sergio Araht Ortiz Rosales, y renuevo mi solidaridad con las víctimas de aquel infortunado miércoles de abril, cuya memoria demanda algo que en México ya es un clamor cotidiano y de veras sonoro: justicia social, respeto y voluntad para mejorar con equidad y oportunidades la vida de quienes poblamos este hermoso país.
Sergio-Jesús Rodríguez
Guadalajara, octubre de 2009

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