martes, 1 de septiembre de 2009

La delicia de leer a Thomas Mann



Empecé a leer a Thomas Mann hace muchos años, cuando me compré uno de sus rechonchos tomos en la librería Jardín de senderos, si no me falla la memoria; yo aún estaría en mis veinte años y pagué por él 30 mil pesos, claro, de entonces (aún lleva, en el borde superior derecho de la primera página, la cifra escrita con lápiz). Creo que debí leer sobre La montaña mágica muy antes, en algún ensayo de Rosario Castellanos, o alguna de mis diversas lecturas de aquel periodo. No es momento de hacer aquí una remembranza psicoanalítica. Pero este título, La montaña mágica, llegó a mis manos por una edición de Plaza y Janés, se trataba de un monumental libro con poco más de 700 páginas, con reducida letra y amplios renglones, que además me atrajo porque en tal traducción española se respeta por varias páginas la escritura en francés del señor Mann; por entonces yo iba a estudiar esta lengua en mis estudios universitarios.
Más tarde, en mi novela En el abismo, Bartolo, este protagonista —Bartolo Sigüenza Joya— estará muy interesado en Hans Castorp y su peculiar visión del mundo. Ahí, debo admitirlo, Bartolo es un reflejo de mi personalidad. La montaña mágica me fascina, es un libro cuyo tejido, como el resto de los títulos del celebrado hijo de Lübeck, es de una inteligencia y una sutileza por momentos sublime; justo al leerlo en traducción, de veras lamento no hablar, escribir ni comprender el deustch. Debe ser una experiencia dichosa degustarlo en su esencialidad lingüística; ¡pero vamos!, eso nos ocurre con todos los autores cuyas lenguas nos son desconocidas. Además, es una razón adicional para aprender alemán.
En el canal C7, de la televisión pública jalisciense, han repetido una vez más, ya son varias, el documental dramatizado Los Mann, sobre «la familia literaria más importante de Alemania», como reza el promocional en dicha televisora. No sé si en verdad sea la familia literaria alemana más destacada, pero tampoco será para nada ocioso releer a Heinrich Mann, verdaderamente vale la pena —por ejemplo Profesor Unrat o El rey Enrique IV—, y también lo será verse esta serie acompañado por la lectura que se menciona en el primer episodio de Los Mann, la novela Los Buddenbroock: ¡una extraordinaria delicia! Se trata de un libro clásico en ambos sentidos: es decir, consagrado por sus lectores en el tiempo y, sobre todo, por la armoniosa estructura y el manejo de elementos, que nos deja ver a un escritor que ha aprovechado con creces la herencia grecolatina, y aquí se ve más impregnado por la influencia latina, no así en La muerte en Venecia, cuyo sabor es primordialmente griego y en que Platón parece haber templado la pluma de Mann en cada frase, en cada pagina.
Las teorías del arte de Mann son recurrentes en su obra, pero también de enorme interés humano, su abordaje digamos filosófico aterriza siempre en la verdadera condición humana, de tal modo que permite que cualquier lector, sin necesidad de requerir una gran formación cultural, pueda acceder a este fenomenal escritor; la condición es tener paciencia, y la almeja dará la perla.
Thomas Mann es un escritor inteligente, por momentos endemoniadamente inteligente, y digo «endemoniadamente» porque recurro a la etimología: no olvidemos que para los antiguos griegos los demonios eran «los que sabían», no necesariamente los perversos y tramposos. En Los Buddenbroock, el arte de narrar va de la mano con la tensión dramática y la profundidad psicológica, lo que hace de su lectura un banquete insospechado para adoradores de telenovelas o «culebrones». Desde luego, requiere reflexión, pero el argumento es simplemente genial. La novela atrapa al lector, lo hace su adicto; no en balde este libro le fue decisivo a Thomas Mann para ganar el premio Nobel.
Lo más interesante es que Los Buddenbrock debería ser una lectura obligada hoy día para los poderosos en América Latina; en México no pueden dejar de leerla Felipe Calderón Hinojosa, políticos del gobierno y los superricos de esta nación, luego complementarlo con La montaña mágica. Y esto no solamente por las lecciones históricas que el señor Mann en ambos textos nos transmite, sino porque además podemos ejercitar la inteligencia con sensibilidad. Mann nos revela un mundo profundamente alemán, cierto, pero es también hondamente humanista y por tanto universal. Los desastres de la burguesía, el ocaso de los regímenes autoritarios (sin importar grado de brutalidad o sutileza, abiertamente explícitos o simulados por la «legalidad») y la quiebra de empresas, individuos y naciones poseen leyes comunes, y Thomas Mann en su obra parece decirnos he aquí razones e indicios. De paso, se distraerán en una magnífica lectura, que nos daría una buena tregua, un saludable respiro, para dejar de agobiarnos con sus irresponsables decisiones.
Para ponerse a pensar…