lunes, 15 de octubre de 2007



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Las palabras tienen la palabra



Conferencia impartida por el escritor Sergio-Jesús Rodríguez
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Libro de interés







Hábito de calor
Raquel González
Editorial Biblioteca de textos universitarios Salta, Argentina 2003.
49 páginas.

Existen libros que, más allá de sus valores literarios, son en sí mismos hallazgo delicioso y especiosa anécdota. En un tiempo en que la literatura escrita por mujeres se ha convertido en el género de la «política correcta», la cual incluso ya es argumento para la contumacia legislativa en el Congreso de la Unión, hay escritoras cuya producción vale página a página por sus palabras y reflexiones, antes que por motivos extraliterarios. Lo más interesante es que estas autoras reivindican una tradición milenaria y su labor silenciosa denuncia lo que justo ese silencio opaca: la realidad que encarnan todos los días.
¿Qué nos comunica a los varones un texto escrito por una dama, en cuyos versos apunta con filosos pero elegantes versos nuestras incapacidades como sexo complementario? Y apunté complementario, no opuesto. La respuesta a esta pregunta revela el meollo de la enseñanza —acaso lo más importante— de leer a estas autoras. Y desde luego, las susceptibilidades machistas responderán con desdén y menosprecio; es de esperarse.
En días recientes recibí de manos de Raquel González, bella poeta jalisciense nacida en la década de los sesenta, un par de libros de su trabajo. Deseo comentar en estas líneas uno de ellos, el cual constituye por sí mismo una verdadera joya del anecdotario. Hábito de calor es un libro marcado por la hembridad, tanto en sus viñetas como, y sobre todo, sus poemas, la mayoría de confección breve, si no es que brevísima, hechos con exquisita inteligencia y deliciosa sensibilidad.
En pocas ocasiones un par de versos —apenas siete palabras— son capaces de estimular desde la inteligencia la fantasía sexual de los varones, más atados como estamos al afroditismo y vouyerismo por la biología que por el juego de las ideas. He aquí estos picantes versos:

Seduce mi oído
y pervertirás mi cuerpo.

Cuánta verdad y qué inmenso reclamo el de la hembra perspicaz, a la que le bastan dos sencillos versos para demandar inteligencia, sensibilidad, audacia... ¿No es acaso lo que pediría una sor Juana Inés de la Cruz laica en el siglo XXI, o Ikram Antaki, la filósofa rigurosa y de voz que era verdadero paisaje de belleza erótica para las sensibilidades depuradas, en sus programas de radio? Las mujeres inteligentes, más abundantes de lo que se cree, no están desprovistas del signo de Eros en el sentido socrático, y ello no les implica renunciar al marchamo de Afrodita. Su sexualidad emerge con la voz contundente de un reclamo ancestral: el respeto.
Al leer Hábito de calor, dos poetas me vienen a la cabeza, uno es el muy discutido autor del Cantar de cantares, la otra la misteriosa Chu Shu Chen, poeta china quizá del siglo XIII, y como ellos, Raquel González pertenece a una clase social acomodada. Por supuesto, indiscutiblemente podemos advertir otras analogías y paralelismos, pero me quedo con estos dos casos para ofrecer al lector una aproximación al candor que he advertido en el sugestivo Hábito de calor, cuyo colofón también es de un simpático anacronismo, por el contraste que hace con las páginas previas, el cual a la letra pone: «Se terminó de imprimir en el año del Señor de 2003». Desde luego, el origen de la edición es la Argentina católica; en nuestro país, esta iglesia persiste en un medievalismo persecutor que haría imposible tal libro en sus prensas.
El Cantar de cantares es ante todo, reivindicación del amor de la hembra, en el que la Sulamita busca y demanda con ínfima inhibición al amado; sus reclamos son directos, su acecho una deliciosa aproximación a la consumación carnal y, como se ha insistido dogmáticamente, espiritual. Lo he escrito antes e insisto: la Sulamita es el paradigma de la mujer de nuestro tiempo: sabe lo que quiere, conoce la fuente del placer y la procura sin melindres. Pero ¿y si la Sulamita, después de un tiempo de convivencia marital, comenzara a ser víctima del desapego de un rey Salomón atareado en sus negocios y numerosos amoríos —los registros apuntan que éste tenía a su disposición 60 reinas, 80 concubinas e incontables mocitas de ocasión—, cómo habría respondido aquélla, o sus rivales? Esa parte de la historia la ignoramos, pues el Cantar sólo se concreta a los días rituales de las bodas. Una posible respuesta la ofrecen varios poemas de Hábito de calor, que en ciertos momentos nos dan una luz sobrecogedora por su muy humana veracidad, en el sentido de que revelan lo que el corazón de una mujer pone en palabras con claridad abrasadora.
Al igual que la Sulamita, la señora González acecha al amante, lo demanda con el canto seductor de la poesía. La histórica Sunamich dirá en la traducción de Alfonso X el Sabio: «façzezielo* de mirra a mí el mío amado, entre las mis tetas morará»; por su parte, la señora González añade: «Ven, querrás saber dónde encontrarme.» Porque ella, como la reina que es música entre un escuadrón armado, encarna el pan y la lucha amatoria: «Todo en mi boca se hizo pan / y trinchera que te aguarda. / […] Cómete la vida / saboreándome.» Tampoco tiene empacho en advertir:

Me buscan los incendios del mundo
en las tardes solitarias.
[…]
Prófugo del incendio
te deseo desusadamente.

Y al igual que la Sulamita, su ardor afrodítico es más que espiritual:

Es por hambre de ti
que me duele el sexo
muerdo almohadas y hurgo entre las sábanas
búsqueda inútil:
anidas sólo en mi mente.

Pero el lenguaje también es un espejo de sus pasiones y emociones. Los siguientes versos, bellos y reflexivos, merecen labrarse en metales preciosos:

Caí levísima a tus brazos
[…]
Antiguo como el mundo
el deseo es el exilio que nos sujeta{,}
mientras expiramos, él transcurre.

Y esto es así porque, además de su estética indiscutible, parecen responder al Cantar en estos versos:

Levántate ligera
y ven a mí, ¡oh hermosa amiga mía!

El otro paralelo significativo es Chu Shu Chen, que aunque dé la impresión de una irremontable distancia, muchas mujeres podrían ver en ella una portavoz y una maestra digna. La profunda delicadeza de esta poeta se podría sintetizar en estos dos versos de «Lamento», en la espléndida traducción de Kenneth Rexroth[1]: «Nunca llegará el día en que / Consiga resistir mis emociones.» La señora González, menos intimista, declara al amante:

No intentes descifrarme
es sólo el acto amoroso
que hago con las letras.

La extrañeza también es una coincidencia temática en ambas, y en ambas es rutilante su manejo. En su poema «Primavera», la señora Chu Shu Chen canta:

[…]
Las lágrimas tiñen la pintura de
Mis mejillas. Mi cinturón
Queda suelto en mi hambriento cuerpo.
Cuando llega la primavera con
La tercera luna, sé que soy una carga
Para mi señor. Pero, oh, señor,
En la tercera luna de primavera, el viento
Del Este es una pesada carga para mí.


La señora González no desmerece y ella, en su desencanto, somatiza la ausencia; literalmente se «come» al amado y con ello la profunda angustia por el amor sin suerte:

Te has perdido
y no sé dónde buscarte;
es como si por tenerte una sola vez
te hubiera tragado mi cuerpo.

Chu Shu Chen, en el poema «Mañana», a su vez declara su frustración amorosa con una expresión tan sutil y cotidiana que nos sobrecoge:

[…]
Mi criada es
Tan tonta, que me ofrece
Flores de ciruelo para el pelo.

Vale recordar que las flores de ciruelo representaban en la tradición china el ardor amoroso. Raquel González también muestra esa rispidez, pero a la manera de un sollozo ahogado, que remata en una expresión desoladora:

Sálvame de ti
sálveme quien pueda
[…]
Sin resultado
me visto nuevamente
para parecerme a tus objetos.

El último verso demanda una reflexión adicional: la objetivación del cuerpo de la mujer —su supercosificación desnaturalizada— evidencia el mal de nuestros tiempos. Como ideologías, el capitalismo y el neoliberalismo fracasan y fracasarán siempre porque lo que buscan es complacer las relaciones entre objetos, al servicio objetivo de unos pocos exitosos capitalistas. No creen en el espíritu. Y la sociedad debe creerse y reproducir el modelo, por supervivencia y enajenación, aunque ello condene a nuestra especie y al planeta entero. Por desgracia, no existe un muro «objetivo» a derribar para emanciparnos de su imperio abusivo. A diferencia de las teorías socialistas y comunistas, hoy tan por los suelos en el crédito popular, que pugnaban finalmente por reivindicar la igualdad de los espíritus en equidad social —y de ahí la espantosa pérdida histórica en dicho descrédito, pues nadie añora campos de concentración, la represión sistemática o el control corrupto y nepotista de un estado burocratizado hasta la asfixia, males que hoy asolan a muchos países capitalistas como México—, las sociedades modernas, y la nuestra no es una excepción, enferman no sólo el cuerpo, sino que también la corporeidad, de paso el espíritu queda hecho añicos por la avanzada «progresista» y el alma se transforma tan sólo en un elemento de control de las voluntades vía la superstición institucionalizada: iglesia, infierno, pecado, «ira divina», etcétera, son sus etiquetas ineficaces. El matrimonio es aquí pues, un atentado contra la condición humana y contra el espíritu, cuando debiera constituirse en una expresión de libertad máxima: la entrega mutua y consentida «para siempre».
Es así hoy en día y es un cuento viejo, según lo que denuncia con sus fragantes versos la señora Chu Shu Chen. Permítanme citarles un fragmento de otro hermoso poema, el titulado «Noche tormentosa de otoño»:

[…]
No ceso
De derramar lágrimas. Los bambúes
De delante de mi ventana sollozan como
El corazón partido del otoño.
[…]
Ahora oigo la lluvia repiquetear
Fuera en los plátanos. Cada una de
Las hojas azotadas encierra diez mil penas.

Y la poeta González apunta en su libro, como para reafimar ese poema:

Exiliada de ti contemplo el naufragio.
Herida cada mañana te invoco
—isla de silencio.

En el poema «Sola», Chu Shu Chen nos permite cerrar el círculo de lo que he dicho al comenzar este comentario y que convalida el parentesco literario entre ella y nuestra mexicana Raquel:

[…]
Esta
Noche, como siempre, no tengo
Con quien compartir mis reflexiones.

Como vemos, no es de ahora la inteligencia de las chicas, ni su vivacidad para hacer cuestionamientos de muy honda prosapia, tampoco su necesidad por hacer algo útil con el pensamiento, más allá de contar monedas o indagar métodos para someter al prójimo, y menos aún como recurso de chantaje, por la «condición» de género, para aniquilar líderes sociales y causas fundamentales de la república.
Como nuestra ancestral Eva, su curiosidad las trasciende, a las mujeres, y también nos trasciende, a los hombres. La sugerencia perentoria a los varones que gustamos, adoramos, incluso amamos las mujeres, es ponernos en alerta, no sea que ellas nos miren con esa expresión que fácilmente podemos confundir con embobada admiración, cuando realmente podrían pensar en los términos de estos versos de González: «Tal vez / no te detuviste lo suficiente.» O peor aún: «Ahora calla, / no hay más camino.»
Porque si no hubiese amor ardiente en nuestros corazones para alguna de ellas, lo que sí preexiste es la dignidad del individuo, que es otra forma de amar, y también la condición del espíritu y su producto más depurado, más místico y cierto: el alma, el cual se puede transformar en un poema, cuya sentencia podría ser un espantoso epitafio para incautos. Sí, podemos pasar a la historia en una postura bastante ingrata, amén del grotesco fango espiritual que puede ser el corazón poco delicado a estos reclamos.
Como vemos, el amor es más que cantar la utopía de los anhelos, antes bien es reivindicar nuestra especie aquí y ahora, lo que somos y lo que aspiramos. Es un reencuentro con lo trascendente, por eso vale la pena leer a Raquel González, poeta desprejuiciada, valiente y talentosa, que nos deja tocar el corazón de la otra, es decir, de nuestras prójimas.

Sergio-Jesús Rodríguez

*Es decir: «manojito».
[1] Rexroth, Kenneth, Cien poemas chinos, Editorial Lumen, 1a. edición, España 2001. Traducción al castellano por Carlos Manzano. Corresponde también a este libro la ilustración del nombre de Chu Shu Chen en ideogramas chinos.