lunes, 15 de octubre de 2007



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Las palabras tienen la palabra



Conferencia impartida por el escritor Sergio-Jesús Rodríguez
www.freewebs.com/sergio-jesusrodriguez/
sergio-jesusrodriguez.blogspot.com







Libro de interés







Hábito de calor
Raquel González
Editorial Biblioteca de textos universitarios Salta, Argentina 2003.
49 páginas.

Existen libros que, más allá de sus valores literarios, son en sí mismos hallazgo delicioso y especiosa anécdota. En un tiempo en que la literatura escrita por mujeres se ha convertido en el género de la «política correcta», la cual incluso ya es argumento para la contumacia legislativa en el Congreso de la Unión, hay escritoras cuya producción vale página a página por sus palabras y reflexiones, antes que por motivos extraliterarios. Lo más interesante es que estas autoras reivindican una tradición milenaria y su labor silenciosa denuncia lo que justo ese silencio opaca: la realidad que encarnan todos los días.
¿Qué nos comunica a los varones un texto escrito por una dama, en cuyos versos apunta con filosos pero elegantes versos nuestras incapacidades como sexo complementario? Y apunté complementario, no opuesto. La respuesta a esta pregunta revela el meollo de la enseñanza —acaso lo más importante— de leer a estas autoras. Y desde luego, las susceptibilidades machistas responderán con desdén y menosprecio; es de esperarse.
En días recientes recibí de manos de Raquel González, bella poeta jalisciense nacida en la década de los sesenta, un par de libros de su trabajo. Deseo comentar en estas líneas uno de ellos, el cual constituye por sí mismo una verdadera joya del anecdotario. Hábito de calor es un libro marcado por la hembridad, tanto en sus viñetas como, y sobre todo, sus poemas, la mayoría de confección breve, si no es que brevísima, hechos con exquisita inteligencia y deliciosa sensibilidad.
En pocas ocasiones un par de versos —apenas siete palabras— son capaces de estimular desde la inteligencia la fantasía sexual de los varones, más atados como estamos al afroditismo y vouyerismo por la biología que por el juego de las ideas. He aquí estos picantes versos:

Seduce mi oído
y pervertirás mi cuerpo.

Cuánta verdad y qué inmenso reclamo el de la hembra perspicaz, a la que le bastan dos sencillos versos para demandar inteligencia, sensibilidad, audacia... ¿No es acaso lo que pediría una sor Juana Inés de la Cruz laica en el siglo XXI, o Ikram Antaki, la filósofa rigurosa y de voz que era verdadero paisaje de belleza erótica para las sensibilidades depuradas, en sus programas de radio? Las mujeres inteligentes, más abundantes de lo que se cree, no están desprovistas del signo de Eros en el sentido socrático, y ello no les implica renunciar al marchamo de Afrodita. Su sexualidad emerge con la voz contundente de un reclamo ancestral: el respeto.
Al leer Hábito de calor, dos poetas me vienen a la cabeza, uno es el muy discutido autor del Cantar de cantares, la otra la misteriosa Chu Shu Chen, poeta china quizá del siglo XIII, y como ellos, Raquel González pertenece a una clase social acomodada. Por supuesto, indiscutiblemente podemos advertir otras analogías y paralelismos, pero me quedo con estos dos casos para ofrecer al lector una aproximación al candor que he advertido en el sugestivo Hábito de calor, cuyo colofón también es de un simpático anacronismo, por el contraste que hace con las páginas previas, el cual a la letra pone: «Se terminó de imprimir en el año del Señor de 2003». Desde luego, el origen de la edición es la Argentina católica; en nuestro país, esta iglesia persiste en un medievalismo persecutor que haría imposible tal libro en sus prensas.
El Cantar de cantares es ante todo, reivindicación del amor de la hembra, en el que la Sulamita busca y demanda con ínfima inhibición al amado; sus reclamos son directos, su acecho una deliciosa aproximación a la consumación carnal y, como se ha insistido dogmáticamente, espiritual. Lo he escrito antes e insisto: la Sulamita es el paradigma de la mujer de nuestro tiempo: sabe lo que quiere, conoce la fuente del placer y la procura sin melindres. Pero ¿y si la Sulamita, después de un tiempo de convivencia marital, comenzara a ser víctima del desapego de un rey Salomón atareado en sus negocios y numerosos amoríos —los registros apuntan que éste tenía a su disposición 60 reinas, 80 concubinas e incontables mocitas de ocasión—, cómo habría respondido aquélla, o sus rivales? Esa parte de la historia la ignoramos, pues el Cantar sólo se concreta a los días rituales de las bodas. Una posible respuesta la ofrecen varios poemas de Hábito de calor, que en ciertos momentos nos dan una luz sobrecogedora por su muy humana veracidad, en el sentido de que revelan lo que el corazón de una mujer pone en palabras con claridad abrasadora.
Al igual que la Sulamita, la señora González acecha al amante, lo demanda con el canto seductor de la poesía. La histórica Sunamich dirá en la traducción de Alfonso X el Sabio: «façzezielo* de mirra a mí el mío amado, entre las mis tetas morará»; por su parte, la señora González añade: «Ven, querrás saber dónde encontrarme.» Porque ella, como la reina que es música entre un escuadrón armado, encarna el pan y la lucha amatoria: «Todo en mi boca se hizo pan / y trinchera que te aguarda. / […] Cómete la vida / saboreándome.» Tampoco tiene empacho en advertir:

Me buscan los incendios del mundo
en las tardes solitarias.
[…]
Prófugo del incendio
te deseo desusadamente.

Y al igual que la Sulamita, su ardor afrodítico es más que espiritual:

Es por hambre de ti
que me duele el sexo
muerdo almohadas y hurgo entre las sábanas
búsqueda inútil:
anidas sólo en mi mente.

Pero el lenguaje también es un espejo de sus pasiones y emociones. Los siguientes versos, bellos y reflexivos, merecen labrarse en metales preciosos:

Caí levísima a tus brazos
[…]
Antiguo como el mundo
el deseo es el exilio que nos sujeta{,}
mientras expiramos, él transcurre.

Y esto es así porque, además de su estética indiscutible, parecen responder al Cantar en estos versos:

Levántate ligera
y ven a mí, ¡oh hermosa amiga mía!

El otro paralelo significativo es Chu Shu Chen, que aunque dé la impresión de una irremontable distancia, muchas mujeres podrían ver en ella una portavoz y una maestra digna. La profunda delicadeza de esta poeta se podría sintetizar en estos dos versos de «Lamento», en la espléndida traducción de Kenneth Rexroth[1]: «Nunca llegará el día en que / Consiga resistir mis emociones.» La señora González, menos intimista, declara al amante:

No intentes descifrarme
es sólo el acto amoroso
que hago con las letras.

La extrañeza también es una coincidencia temática en ambas, y en ambas es rutilante su manejo. En su poema «Primavera», la señora Chu Shu Chen canta:

[…]
Las lágrimas tiñen la pintura de
Mis mejillas. Mi cinturón
Queda suelto en mi hambriento cuerpo.
Cuando llega la primavera con
La tercera luna, sé que soy una carga
Para mi señor. Pero, oh, señor,
En la tercera luna de primavera, el viento
Del Este es una pesada carga para mí.


La señora González no desmerece y ella, en su desencanto, somatiza la ausencia; literalmente se «come» al amado y con ello la profunda angustia por el amor sin suerte:

Te has perdido
y no sé dónde buscarte;
es como si por tenerte una sola vez
te hubiera tragado mi cuerpo.

Chu Shu Chen, en el poema «Mañana», a su vez declara su frustración amorosa con una expresión tan sutil y cotidiana que nos sobrecoge:

[…]
Mi criada es
Tan tonta, que me ofrece
Flores de ciruelo para el pelo.

Vale recordar que las flores de ciruelo representaban en la tradición china el ardor amoroso. Raquel González también muestra esa rispidez, pero a la manera de un sollozo ahogado, que remata en una expresión desoladora:

Sálvame de ti
sálveme quien pueda
[…]
Sin resultado
me visto nuevamente
para parecerme a tus objetos.

El último verso demanda una reflexión adicional: la objetivación del cuerpo de la mujer —su supercosificación desnaturalizada— evidencia el mal de nuestros tiempos. Como ideologías, el capitalismo y el neoliberalismo fracasan y fracasarán siempre porque lo que buscan es complacer las relaciones entre objetos, al servicio objetivo de unos pocos exitosos capitalistas. No creen en el espíritu. Y la sociedad debe creerse y reproducir el modelo, por supervivencia y enajenación, aunque ello condene a nuestra especie y al planeta entero. Por desgracia, no existe un muro «objetivo» a derribar para emanciparnos de su imperio abusivo. A diferencia de las teorías socialistas y comunistas, hoy tan por los suelos en el crédito popular, que pugnaban finalmente por reivindicar la igualdad de los espíritus en equidad social —y de ahí la espantosa pérdida histórica en dicho descrédito, pues nadie añora campos de concentración, la represión sistemática o el control corrupto y nepotista de un estado burocratizado hasta la asfixia, males que hoy asolan a muchos países capitalistas como México—, las sociedades modernas, y la nuestra no es una excepción, enferman no sólo el cuerpo, sino que también la corporeidad, de paso el espíritu queda hecho añicos por la avanzada «progresista» y el alma se transforma tan sólo en un elemento de control de las voluntades vía la superstición institucionalizada: iglesia, infierno, pecado, «ira divina», etcétera, son sus etiquetas ineficaces. El matrimonio es aquí pues, un atentado contra la condición humana y contra el espíritu, cuando debiera constituirse en una expresión de libertad máxima: la entrega mutua y consentida «para siempre».
Es así hoy en día y es un cuento viejo, según lo que denuncia con sus fragantes versos la señora Chu Shu Chen. Permítanme citarles un fragmento de otro hermoso poema, el titulado «Noche tormentosa de otoño»:

[…]
No ceso
De derramar lágrimas. Los bambúes
De delante de mi ventana sollozan como
El corazón partido del otoño.
[…]
Ahora oigo la lluvia repiquetear
Fuera en los plátanos. Cada una de
Las hojas azotadas encierra diez mil penas.

Y la poeta González apunta en su libro, como para reafimar ese poema:

Exiliada de ti contemplo el naufragio.
Herida cada mañana te invoco
—isla de silencio.

En el poema «Sola», Chu Shu Chen nos permite cerrar el círculo de lo que he dicho al comenzar este comentario y que convalida el parentesco literario entre ella y nuestra mexicana Raquel:

[…]
Esta
Noche, como siempre, no tengo
Con quien compartir mis reflexiones.

Como vemos, no es de ahora la inteligencia de las chicas, ni su vivacidad para hacer cuestionamientos de muy honda prosapia, tampoco su necesidad por hacer algo útil con el pensamiento, más allá de contar monedas o indagar métodos para someter al prójimo, y menos aún como recurso de chantaje, por la «condición» de género, para aniquilar líderes sociales y causas fundamentales de la república.
Como nuestra ancestral Eva, su curiosidad las trasciende, a las mujeres, y también nos trasciende, a los hombres. La sugerencia perentoria a los varones que gustamos, adoramos, incluso amamos las mujeres, es ponernos en alerta, no sea que ellas nos miren con esa expresión que fácilmente podemos confundir con embobada admiración, cuando realmente podrían pensar en los términos de estos versos de González: «Tal vez / no te detuviste lo suficiente.» O peor aún: «Ahora calla, / no hay más camino.»
Porque si no hubiese amor ardiente en nuestros corazones para alguna de ellas, lo que sí preexiste es la dignidad del individuo, que es otra forma de amar, y también la condición del espíritu y su producto más depurado, más místico y cierto: el alma, el cual se puede transformar en un poema, cuya sentencia podría ser un espantoso epitafio para incautos. Sí, podemos pasar a la historia en una postura bastante ingrata, amén del grotesco fango espiritual que puede ser el corazón poco delicado a estos reclamos.
Como vemos, el amor es más que cantar la utopía de los anhelos, antes bien es reivindicar nuestra especie aquí y ahora, lo que somos y lo que aspiramos. Es un reencuentro con lo trascendente, por eso vale la pena leer a Raquel González, poeta desprejuiciada, valiente y talentosa, que nos deja tocar el corazón de la otra, es decir, de nuestras prójimas.

Sergio-Jesús Rodríguez

*Es decir: «manojito».
[1] Rexroth, Kenneth, Cien poemas chinos, Editorial Lumen, 1a. edición, España 2001. Traducción al castellano por Carlos Manzano. Corresponde también a este libro la ilustración del nombre de Chu Shu Chen en ideogramas chinos.

jueves, 27 de septiembre de 2007

El señor de las termitas
en su 4ª edición


Me es grato comunicarles que este mes de septiembre de 2007 ha aparecido, en el marco de la ex Facultad de Trabajo Social, de la Universidad de Guadalajara, El señor de las termitas en su cuarta edición; la primera surgió en mayo de 2001. Aunque bajo el sello de Ediciones Euterpe ésta es la segunda, ya acumula cuatro: una y la primera en Acento Editores, la otra compartía páginas con el libro Las mínimas invasiones, también en Euterpe, lo mismo que las dos restantes, otra vez en su formato individual.


A reserva de que le haga un homenaje idóneo a este librito mío —si encuentro alojamiento en la próxima Feria Internacional del Libro de Guadalajara o un espacio similar, y si los esmerados «grillitos» que, como siempre seguetean y maniobran por aquí y por allá, no consiguen hacer de las suyas—, participo para ustedes, algunos ya lectores del mismo, este acontecimiento modesto pero que me es entrañable.
Vivimos tiempos distintos, y si bien a la mayoría de escritores apenas hace una década —si acaso no les tocaba ser favorecidos por las denominadas «mafias»— les resultaba casi imposible dar a conocer su obra, ya no digamos en una segunda edición, por lo menos ver sus libros publicados antes de morir, hoy en día las nuevas generaciones podemos crearnos otros espacios, divulgar nuestra obra de otras maneras, crear la verdadera república.
La vida del espíritu y la libertad de expresión son sinónimas. ¿Qué vida es aquella en la que no existe la libertad para expresarnos o publicar nuestro pensamiento? Eso es El señor de las termitas y mi obra toda: una diaria conquista por escribir y publicar mi visión del mundo, a pesar de quien le pese, con la bendición de Dios y de los que aman la vida y han leído mis libros, o los han comprado, recomendado, birlado, obsequiado, discutido, prestado —y luego jamás los han recuperado—, etcétera.
Vivimos tiempos nuevos, llenos de bendiciones, y este librito, que sobre todo es de sus lectores, me ha dado tanto... Agradezco infinitamente a quienes le dan vida con la lectura y al difundirlo con sus comentarios, porque sépanlo: ése es el mayor premio para un libro y para un escritor, ser leídos.
Si lo deseas, haz un comentario en sergio_jesus33@hotmail.com o sergiojs@yahoo.com o bien visita mi página web en www.freewebs.com/sergio-jesusrodriguez/, en la que encontrarás un fragmento de este libro y otros más de mis doce publicaciones. Si te da la gana, ahí pega tu opinión, será bienvenida sea favorable o adversa.
Si tienes interés en adquirir el libro, difícilmente lo encontrarás en librerías (la censura económica es otro adversario tenaz), así que ponte en contacto conmigo, mediante los citados buzones electrónicos, o llámame al teléfono móvil (044) 33 1419 7997, incluso para envíos por correspondencia. Agradeceré si tienes la cortesía de reenviar este mensaje.
De corazón, mil gracias.




Sergio-Jesús Rodríguez
Escritor
Guadalajara, Jalisco, en septiembre de 2007

viernes, 7 de septiembre de 2007

Carta de respuesta al señor José Israel Carranza, censurada en la comunidad «Escritores de Jalisco»
Al señor José Israel Carranza
Al señor Luis Vicente de Aguinaga
A la comunidad intelectual

Ofrezco mil disculpas a la comunidad de este foro al hacer nuevamente uso de este medio para responder la carta del señor José Israel Carranza, que ha dirigido a la revista Crítica, a propósito de lo que él tilda de «nota difamatoria» —elaborada por el escritor y periodista Luis Abbadié—, y a mis opiniones de «excesos de imaginación e inquina», vertidas en un artículo aparecido el 30 de julio de 2007*.
Le desagradó, entre otras cosas, que yo lo señalara por «tráfico de influencias», incluso involucra un artículo del señor Luis Vicente de Aguinaga, aparecido en su columna del diario Mural, el cual recomienda como «lectura impecable de estas detestables prácticas “periodísticas”.» No sé muy bien si el señor Aguinaga sea el más calificado para hacer juicios morales. Respecto a definirlo como «lectura impecable», ¿lo califica así el señor Carranza simplemente porque el señor Aguinaga podría hablar en su favor, sin debatir ni resolver lo que en Crítica se explica de fondo?
El señor Carranza es en muchos sentidos intrigante y tuerce los dichos con gran facilidad, al no citar ideas completas de lo que he argumentado, ni referir el contexto preciso de lo que aludo. Asimismo, publicó tal carta en su blog personal y en este foro vía una participante —con el título «Sobre una nota difamatoria», con fecha del lunes 6 de agosto de 2007—, pues nos explica que al solicitar a Crítica «la pertinencia de destinarles un espacio para conocimiento de sus lectores», no la habría obtenido, aunque olvida que se trata de un semanario, y la cual —esa pertinencia— en su blog yo mismo, Sergio-Jesús Rodríguez, no la obtuve para mi réplica y ahora me veo forzado a molestar a la comunidad con esta misiva.
Veamos, usted señor Carranza, dice: «habría sido deseable, en pro del mejor ejercicio periodístico, que el Sr. Abbadié hubiera procurado localizarme para darle mi parecer sobre las acusaciones que se vierten contra mi persona.» Es decir, ¿la libertad de expresión tiene un límite, el que usted imponga? ¿Ahora se trata de amedrentar a los periodistas si no le dan a usted la razón? Si le conviene, incluso lo calificará de «lectura impecable»; si no es de ese modo, será «nota difamatoria», incluso «información equívoca». Si bien el señor Abbadié es mi amigo, señor Aguinaga —en caso de aludir con verdad el señor Carranza sobre la nota «El verbo linchar» de su autoría respecto a nuestro debate—, eso no pone en duda su profesionalismo periodístico; él me exigió elementos probatorios, y se los di. Pero todavía es tiempo, señor Carranza; acuda al señor Abbadié y haga su defensa, como ya lo ha hecho la señora Roy legítimamente, en Crítica, en la edición 70, para la segunda semana de agosto, según entiendo (www.semanariocritica.com).
¿No se le ha ocurrido que los asuntos públicos se discuten en público? Hablamos de premios y/o estímulos otorgados con cargo al erario público. ¿No tiene usted presente que he dado elementos, indicios reales, pruebas dignas de reflexión y debate? En este mismo foro puede consultarlas. Si señalé erróneamente sobre su muy diplomado libro Si esa lluvia llega va a destruir la ciudad —usted es un escritor de muchos diplomas y muy pocos libros; esa será su grandeza, supongo— como premiado en Campeche, según consta en el libro Muestra…**, es porque usted mismo se encargó de proporcionar el dato. Incluso lo corregí yo mismo en su descargo tanto para Crítica como en el foro Escritores de Jalisco, pero como sea, ahí lo mismo que en la publicación de Conaculta —también disponible en este foro como prueba, sobre los fondos de los estados—, se consigna la existencia previa de tal libro premiado ahora dos veces, una gracias a un estímulo, sinónimo de «premio», y otra por el pueblo sonorense.
De ninguna manera lo creo clarividente, no es su atributo ni talento propios. Alguien que ve claro sabría distinguir aspectos elementales como entre lo que se dice en un semanario y lo que se debate en un foro, por ejemplo, pues ¿qué herramientas tendrían los lectores de Crítica para sacar sus conclusiones si se mezclan los temas, o sólo pretende desinformar como es su estilo? Por otro lado, los títulos francamente no se le dan. Ni siquiera se atreve a ver más allá de sus propias narices y advertir el fondo de la discusión, ¿o me equivoco? Además, de ser clarividente, dejaría de acusarme por lo que yo no he hecho y sabría con certidumbre quién es «lavigaenelpropio»***.
Señala: «lo que afirma Rodríguez tiene ya un tiempo circulando en un foro de internet. Finalmente ha decidido ventilar sus suspicacias más allá de ese medio, tan propicio para la confusión y los malentendidos —empezando porque sólo hasta hace muy poco los participantes de dicho foro (Rodríguez, diligente, el primero) han ido animándose a firmar sus mensajes…» Como ve, su clarividencia es nula. Definitivamente su ceguera es fruto de un terrible mal: un egocentrismo desmesurado, o la contundente flagrancia ante lo que le viene mejor, justo para lograr lo que acusa el señor Aguinaga: intento de linchamiento, el de mi persona.
En todo caso: ¿y si usted mismo fuese «lavigaenelpropio»? No sé por qué, pero igual corresponde a su perfil psicológico. Usted por ejemplo se crea el blog denominado «azotecarranza», y lo que según entiendo —créame que mi suscripción es reciente en esta comunidad «Escritores de Jalisco»— es que dicho anónimo se ha instituido en una especie de «azote» colectivo e indiscriminado, ahora lo sé. Usted, en caso de no ser el mismo individuo, con toda lógica se sentiría ofendido; es mi caso.
Mis afirmaciones siempre han sido directas y siempre he dado la cara por ellas; usted mismo, hace varios años —en nuestra juventud primera— me llegó a decir que con mi actitud crítica nunca conseguiría «nada», y hoy por hoy usted es un escritor de diplomas, supongo que muchos diplomas; yo en cambio, tengo mayor gusto por los libros, y los publico, como la mayoría de autores en este país, con gran esfuerzo.
Con la idea de que no diga más tarde que hago prejuicios o «excesos de imaginación e inquina», y no sea que al señor Aguinaga se le agoten las letras del abecedario para ilustrar lo que en definitiva para mí es falta de civilidad —arroja la piedra y esconde la mano: si va a hacer denuncias públicas, hágalas claras y legibles señor Aguinaga, por el bien de todos—, lo cito de nuevo, señor Carranza. Dice sobre Antes que nada pase: «(que nunca se publicó, pero tengo conmigo el diploma)… el libro con el que gané el año pasado en Ciudad Obregón, Sonora, se llama Si esa lluvia llega va a destruir la ciudad (y tampoco se ha publicado, aunque lo propuse ya a una editorial, a ver qué suerte corre; también tengo el diploma).»
Usted ama los diplomas, y creo que debiésemos todos los escritores en Jalisco y del país crear una nueva clasificación de escritores: por un lado los que se la juegan con su talento, libros y empeño para escribir y difundir su obra, incluso promover la lectura, cada cual a su modo, y los escritores burócratas, que viven del presupuesto público, la lisonja entre amigos y los diplomas obtenidos gracias a su gran «talento» cortesano. Así no habría roces, ustedes por su lado, con sus refulgentes diplomas, y los escritores restantes, la aplastante mayoría, por otra, con nuestros libros y labor de todos los días.
Añade: «me parecería muy bien que les escribiera a los diputados para que trabajen en legislar sobre premios, estímulos, becas y amistades: para eso están». De acuerdo. Oiga, ¿y si, en gesto de su inocencia y solidaria camaradería —si la tiene—, usted hace suya esta propuesta y con el conjunto de la comunidad elaboramos una iniciativa de ley al respecto?, pero claro, se anticipa, me hace sujeto de sospecha y sobre la distribución equitativa de los recursos señala: «si bien lo que sugiere a continuación desmantela esa aspiración: «El parámetro ha de ser el talento y la propuesta». Pero, puesto que ni el talento ni las propuestas están distribuidos equitativamente entre «todos los autores del país», y los recursos, las oportunidades y los espacios son más bien escasos, ese reclamo es más bien peregrino (sería como querer que hubiera una especie de Seguro Popular que amparara a cuanto escribidor brote en cualquier lado).» ¿No estima su afirmación como insensible, vulgar e insultante para los escritores, la mayoría, del país? Según mi parecer, usted no es un dechado de talentos, con sinceridad. Más aún, acciones de escritores burócratas que han configurado un sistema tan desigual y antidemocrático, sólo han conseguido cerrar puertas para los autores de talento formidable, incluso de gran talento literario, a favor de los talentosos en las artes de las intrigas cortesanas. Los «peregrinos» en conciencia y obra, pues.
Aquí debo confesar mis prejuicios: yo mismo me he mostrado renuente a leer colegas del estado de Jalisco, pero se comprenderá con rapidez la razón: publican y ganan estímulos o premios «los de siempre». Además, es verdad que muchos autores de mi década generacional apenas publican o están por publicar, y los más jóvenes o los mayores que nosotros en su mayoría deben sufrir las desventajas de un sistema que evidentemente a escritores como usted benefician, señor Carranza, y que margina a la mayoría. No existe equidad, justicia ni transparencia en la distribución de premios y apoyos, a pesar de que somos una república democrática.
Si le parezco excesivo en mis comentarios, le sugiero que haga una encuesta entre la comunidad literaria y saque conclusiones sobre la percepción al respecto.
Apunta: «la campaña de Rodríguez contra mi persona tiene origen en el hecho de que él no resultó beneficiado en la convocatoria del Programa de Estímulo a la Creación y el Desarrollo Artístico 2006-2007, de la Secretaría de Cultura de Jalisco, en el cual fui seleccionador.» Señor Carranza, ¿entonces usted espera que los ciudadanos sigamos en un papel pasivo y no nos ocupemos de ser auditores públicos de lo que ocurre en el país? ¿Qué le hace pensar que los escritores debemos permanecer apáticos en caso de vernos afectados por los abusos de poder, excesos e injusticias de unos pocos?
¿Quiere más pruebas de lo que digo? Con gusto. Usted, al hablar de los jurados del premio sonorense, dice que no tengo «derecho a endilgarles ninguna acusación, pues a ese concurso yo me presenté —como se hace habitualmente en todo premio literario para libros inéditos— con pseudónimo y sin saber quién iba a decidir.» Verá, alguien miente. He recibido cartas electrónicas aclaratorias de dos de los jurados de ese premio, una de esas personas —cuyo nombre omito porque además de intentar intimidarme con la amenaza de llevarme a los tribunales si hago públicos sus dichos, y no me intimida, soy un caballero y respetaré su deseo de discreción, a menos que haya un pedimento jurídico—, señala en esa larga carta que usted presentó como se estipulaba en la convocatoria su identificación plena en caso de obra parcialmente pública; era una condición ineludible, incluso podía ser motivo grave de descalificación. Usted ahora señala lo contrario en su carta. ¿Quién miente? Y en todo caso, esto evidencia favoritismo, pues ganó por default ¿no le parece?, ni siquiera se deliberó el asunto, y esto no es fruto de mi imaginación.
Añade: «Rodríguez está encarrerado en imaginar complicidades y repartos del botín, y así insulta el prestigio de estos tres escritores, el del Instituto Sonorense de Cultura y el de la Secretaría de Cultura de Jalisco». Los jurados son escritores y así las instituciones dejan en manos de nuestra comunidad esa decisión, no lo olvide. Sea adulto y asuma sus actos. Para este propósito, aquí solicito públicamente que el remitente jurado me permita publicar la extensa carta que me envió y sirva de prueba para anular lo que el señor Carranza ataca.
Sobre su función como jurado en el Programa de estímulo a la creación y desarrollo artísticos refiere: «no decidí yo solo», pero usted era uno de tres, y es más fácil que «influya» —por eso hablamos de «tráfico de influencias» e «influyentismo»— en los dos restantes jurados si es parte de ellos, que de no serlo. Coméntelo con los demás participantes de este foro, con la sociedad misma, a ver qué opinan de la situación. En este mismo foro he dispuesto a consideración de la comunidad sus criterios para deliberar sobre nuestros trabajos en la hoja de comentarios que usted mismo firmó para mi caso. Favor de ver archivo PDF en «Por sus jurados los conoceréis».
«Rodríguez objeta, sin conocer ni el libro que ganó en Campeche ni el que ganó en Sonora, que este último premio se me haya dado por algo que hice con una beca, también diez años atrás. ¿Lo que se escribe con un estímulo no se puede meterlo a concurso? ¿Dónde dice eso? ¿Y qué tal si es algo completamente distinto?» Primero, lo he señalado antes, y es algo que yo mismo trataré de resolver en el futuro: procuraré leer a más jaliscienses vivos, sobre todo los no tan favorecidos; quién sabe, tal vez me ocupe de su trabajo.
Segundo, las palabras «premio» y «estímulo», aunque con significados diferentes, también en algún modo se tocan, en cierto sentido son sinónimas, sobre todo en la idea de «beneficio». Un jurado justo, por supuesto ético y comprometido con la comunidad intelectual ante los escasos apoyos, daría su voto a favor de los que, por su talento y obra, merecen más ese apoyo y esa oportunidad.
Tercero, escribió ese libro con una beca, o estímulo, es decir fue premiado, ¿no es hora de que permita a otros beneficiarse igual? Por otro lado, si no fuese lo mismo que escribió hace años, entonces para qué quería becas, pues su incompetencia no le iba a ayudar a escribir un libro en forma, y no olvidemos que usted ganó también la beca federal. ¿Acaso es usted un fraudulento, pues se compromete en falso? Asimismo, las formas son fondo, y los jurados son, sobre todo el señor Fernando de León, amigos suyos; tres jurados de Jalisco —¿no había más candidatos en el país?—, los tres cercanos o muy cercanos a usted, vinculados los tres a grupos en la UdeG —lo que no es para nada negativo, yo mismo soy UdeG—, que además premian una obra ganadora de un apoyo previo y un jurado es luego beneficiado por usted el mismo año para un estímulo en Jalisco: eso es lo que llamamos «conflicto de intereses» y también «tráfico de influencias». Piense en los demás contendientes del país, hágame ese favor.
«Por mi parte, no tengo tiempo ni paciencia —ni mucho menos interés— para seguir dando explicaciones», dice usted, señor Carranza. Entiéndalo de una vez por todas, y entiéndalo bien, acostúmbrese a que en una democracia participativa, en materia de uso y destino de recursos públicos, existe la obligación de transparentar y dar información sobre los mismos. No es una gracia que usted concede, está obligado a ello de ser requerido.
Y sobre su apunte de cierre: «agradezco a Rodríguez que al final de sus declaraciones me perdone la vida y me permita seguir andando por la calle», señor Carranza, yo no soy juez. No me interesa ver a un colega encarcelado. ¿Qué justificaría el encarcelamiento de los que sobreviven en este oficio, a causa de este oficio, la literatura? Además, no se le mete a la cárcel a un individuo por robar a causa del hambre. Usted tiene hambre, por eso actúa como lo hace. Necesita diplomas, su hambre de reconocimiento y aplausos devora sus entrañas y en lugar de hacer obra, hace complicidades. Todos lo vemos, no es indispensable ser clarividente, ni siquiera un suspicaz cegatón. Pero comprenda que lo que pido es respeto. Respeto para todos los escritores en el país, incluido usted, señor Carranza. Sé que difícilmente yo podré ganar en mi vida un premio o una beca más, pero eso no significa que no debamos luchar por nuestra dignidad y por las nuevas generaciones. Eso me impulsa.

Sergio-Jesús Rodríguez

*Crítica, edición 69, semana del 30 de julio al 05 de agosto, www.semanariocritica.com.
**Muestra de literatura contemporánea de Jalisco, Editorial Universidad de Guadalajara, 1997.
***«lavigaenelpropio», apodo de un participante anónimo en la comunidad virtual «Escritores de Jalisco», en www.hotmail.com.

martes, 4 de septiembre de 2007

Todos los caminos llevan a la literatura, Manuel Cervantes y sus libros

Todos los caminos llevan a la literatura,
Manuel Cervantes y sus libros

La literatura más viva de nuestro país, hoy por hoy, tiene un signo inequívoco que cabe en una palabra: clandestinaje. Su naturaleza secreta, su oculta difusión entre pocos lectores, no consiste en el desafío a la ley, ni a un estado represor —no hasta ahora, aunque negros nubarrones atisban por ahí en el horizonte—, tampoco busca eludirlos, simplemente es un rumor que en su irrealidad es más consistente y poderosa que la literatura de la oficialidad. Vale apuntar que muchos de los autores que publican «oficialmente», igual transitan a ese clandestīnus con una naturalidad explicable. No se trata de una moda, son los signos de la supervivencia.

Publicar bajo el sello editorial de una institución de gobierno, incluso el de una universidad, entre la mayoría del gremio intelectual es emblemática distinción, el reconocimiento tácito de que se ha traspasado el velo de lo inédito y que se ha adquirido, nuevamente, naturalización en la república de las letras. Poco importan los lectores de carne y hueso, porque el prestigio y certificación emanaría de esos surtidores autentificadores: el poder político y el poder académico. Y casi todo escritor mexicano busca desesperadamente esa doble vía de afirmación: universidades y secretarías o dependencias oficiales de cultura, al punto de que olvidamos lo fundamental, la literatura cobra sentido y valor en los libros, en la palabra impresa o digital que, al ser leída, complementa y hasta transforma la visión de sus lectores; la editorial —humilde o glamorosa— es la generosa hostería, cuyo hospedero siempre tendrá filias y fobias, una ideología, una visión del mundo por vida y por escrito.

Paradójicamente y por fortuna, ante la escasez de opciones «oficiales» —cuyos temibles cancerberos son otros escritores, muchas veces celosos, fieros y de dictámenes flagrantes en su injusticia, y don Manuel Cervantes es un expediente y víctima adicional de estos—, se ha estimulado la creación de editoriales emergentes, que apuestan por la vida misma, por vivirla, escribirla y publicarla con éxito creciente, he ahí casas editoras como El Arlequín, Paraíso perdido, La rueda, Ediciones Euterpe, Acento Editores, Ultravioleta, etcétera.

Aproximadamente hace un año surgió casi de manera clandestina un libro, bajo el sello de Ediciones Euterpe, de don Manuel Cervantes, un escritor entrado en años cuya literatura es esencialmente joven y vital. Cada uno de los cuentos de Caminos sin historia tienen una frescura equiparable a la de los escritores en sus veintitantos en sus argumentos y tramas, pero con el oficio del can viejo; ejercita ahí una lengua literaria cuya búsqueda igual indaga en el caló que en la lengua culta, con una naturalidad por momentos exquisita y deslumbrante.

Al leer las 95 páginas del libro de don Manuel, recordé un maravilloso poema a propósito del poeta prometeico, en ese bastión fecundo que es el libro Ganarás la luz, de León Felipe —otro escritor de caminos y exilios—, y me doy cuenta de que ese lagarto y español universal nacido en Tábara tenía toda la razón. Al escribir literatura todos construimos la literatura; al tiempo y los lectores corresponderá situar nuestras obras.


A través de los cuentos de don Manuel prima la soledad. Sus personajes son preponderantemente varones, algunos encumbrados otros de baja estofa, cuyo sino común es la caída. Todos ellos deben enfrentar la decadencia, el final de sus tiempos; la edad no importa, lo relevante son las actitudes, místicas, morales, sus consecuencias. En el relato «La fuga», leemos en el diálogo interno del joven protagonista esta determinación: «La libertad no se regala, se conquista. Debemos actuar antes de que nuestros ideales se vuelvan humo o se pierdan en el conformismo de los años.» La misma determinación que podría definir el sentido de sus veinte cuentos y su retardada aparición pública. A ellos, los cuentos, los atraviesa con sencillez venturosa la vena del realismo más crudo o la de la fantasía, aunque invariablemente terminarán en el otro signo, la adversidad, quizá el símbolo del triunfo superior y cristiano que parece predominar en la visión de nuestro autor.

Traducir la adversidad es, para don Manuel, buscar por detrás del telón de la creencia y documentar su substancia actual y vigente; de este modo, el sentido de lo adverso cobra forma en conceptos, sí, pero también en argumentos. En el relato «Un caso común» se sintetiza de la siguiente manera: «Está presente ya el fruto de la nueva cultura: narcotráfico, asaltos, secuestros, lavado de dinero… La vida provinciana ha quedado atrás.» Importante subrayar esto, porque don Manuel Cervantes es tapatío por elección y habla de Guadalajara en sus relatos. En estas últimas décadas ha sido testigo de una ciudad enferma del síndrome de gigantismo que padecen sus pares en el mundo, mas, a diferencia de aquellos escritores que añoran en sus páginas una borrosa e ingenua sociedad de mediados de siglo XX —y vale preguntarse: ¿realmente lo sería, «ingenua», o éste sólo era el síntoma de un puritanismo ciego?—, Cervantes observa la vida en sus aspectos más adversos y punzantes, le da voz a los individuos reales, evita distraerse en relatos preciosistas, tampoco le concede mucho crédito a los juegos bibliográficos y nos hace presentes al banquero fraudulento coludido con pillos sin escrúpulos, el conserje viudo en su delírium trémens, asesinos silenciosos y justicieros, fantasmas escépticos de la muerte, amistades y médicos titubeantes en su ética, emigrantes a los Estados Unidos y el once de septiembre, en fin, la galería abarca una diversidad significativa y contemporánea, pero cuyo retrato más fiel es, nuevamente, el semblante de la soledad. Más preciso aún: el insomnio de la soledad. No por nada en el cuento «Don Pepe», el protagonista y probable parricida —el parricidio resuena en el volumen con ímpetu freudiano— nos confesará: «El insomnio es un mal síntoma. Estoy aquí como si no estuviera.»

Y es lo que sucede con don Manuel. Está en su ausencia. Los personajes, en su lengua, son casi palpables, nos dicen y traducen lo que el autor atestigua y piensa, porque él desdeña el pretendido papel de volverse un narrador objetivo, invisible e insensible, y antes bien sutilmente impregna de su visión sus relatos. Por el contrario de lo que se pudiera pensar, aun cuando advertimos su sentido moral, nos damos cuenta de que eso enriquece el texto, incluso define las reglas de juego literario; en este sentido, ha sabido extraer sus enseñanzas a la vigorosa tradición de los grandes novelistas del siglo XIX: Víctor Hugo, Merimée, Stendhal, Balzac...

Por último, un pequeño apunte más. Su aporte en estos relatos implican una doble advertencia: primera, reafirma la necesidad de indagar en la representación del lenguaje cotidiano —y esto no quiere decir someterse a su imperio, pues bien sabemos que la lengua es un espíritu errante, multiforme, promiscuo—, lo que vuelve imperativo revisar los libros que ya circulan de mano en mano como un secreto misterio entre lectores afortunados, incluso de los que permanecen inéditos, y segunda, evidencia que la república de nuestras letras tiene muchas deudas pendientes con plumas como las de don Manuel, porque es probable que sus páginas encierren en los casos más modestos las nuevas rutas de nuestra literatura.

Sergio-Jesús Rodríguez

PD. Don Manuel Cervantes presentará sus libros Caminos sin historia (cuentos) y Los sueños de Dorita (cuentos infantiles), ambos bajo el sello de Ediciones Euterpe, en el Ex convento del Carmen, con domicilio en avenida Juárez, entre 8 de julio y casi Federalismo, Centro histórico, este miércoles 5 de septiembre de 2007, a las 20:30 horas. En el acto lo acompañarán el académico de la UdeG y conductor del programa radiofónico Letrario, de la XEJB FM, Gabino Cárdenas, y la poeta Silvia Eugenia Castillero. Ingreso y brindis sin costo. Para cualquier información adicional sobre este autor, favor de comunicarse a su buzón electrónico: ma_cervantes@hotmail.com, o en la Dirección de literatura, de la Secretaría de Cultura Jalisco.